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viernes, 28 de febrero de 2014

Viaje al Norte. Parte 6. De Bilbao a Santander

Nuevamente me levanto temprano para aprovechar un poco el fresco de la mañana y no pasar demasiado calor. Como no deshago las alforjas en cada parada, recoger la habitación me lleva bastante poco tiempo, con lo cual rápido salgo a buscar un sitio para desayunar.
Parece ser demasiado pronto y el único sitio que encuentro para desayunar cerca del hotel es una sala de juego con una pequeña cafetería. Allí veo un trozo de las noticias mientras me tomo un café y un croissant. A la vuelta al hotel, bajo al garaje, cargo la moto y la saco a la calle. Hago el check-out y me prometo que jamás volveré, ni recomendaré ese hotel a nadie.
Arranco y me pongo en marcha. La sensación que me queda de Bilbao en moto, es que es un auténtico laberinto de calles prohibidas y direcciones únicas, aunque seguro que los que lo conozcan no opinan lo mismo. Tengo que hacer uso de mis habilidades de navegación hasta que encuentro la salida de Bilbao por una zona cercana al estadio de San Mames. Rápidamente vuelvo a tener la sensación del día anterior, los pueblos cercanos a Bilbao que están completamente unidos unos a otros, Barakaldo, Ortuella y rápidamente llego a Muskiz, donde abandono la nacional y entro en una carretera secundaría que promete ser toda una aventura, y no defrauda. 


Está llena de curvas y cada vez se van enlazando más, hasta que pasado el pueblo de Sopuerta, las curvas se suceden una tras otra, no termino de trazar una de izquierdas  cuando empieza la de derechas y viceversa. Para cualquier persona que no le guste conducir esta carretera sería algo parecido a un verdadero infierno, pero para mí, que me encanta, es toda una aventura poder rodar por una carretera muy cerrada por la abundante vegetación, que me obliga a ir con todos los sentidos alerta, ya que nunca puedes ver lo que hay detrás de las curvas y además continuamente encuentro ciclistas.

Al igual que  me pasó con el Condado de Treviño, me encuentro una isla cántabra dentro de la provincia de Vizcaya. Paro a tomar café y me dice el agradable camarero que estoy en lo que ellos conocen como el Valle de Villaverde. Mantengo una charla corta con él y le cuento un poco los planes de viaje que estoy haciendo, lo cual le sorprende mucho, termino el café, pago, me desea buen viaje y reemprendo el camino. De los pocos camareros agradables que encontré en este viaje.  
Nuevamente entro en Vizcaya a los pocos kilómetros, la carretera sigue siendo increíble. Vuelvo a entrar en Cantabria por segunda vez en el día y a la altura de Gibaja me desvío por una nacional durante una distancia bastante corta hasta Ramales de la Victoria, atravieso una parte del pueblo y me detengo justo antes de abandonarlo, no puedo dejar pasar una foto del  río Asón. Cuando reemprendo el camino, me encuentro un paisaje mucho más abierto, pero igualmente impresionante. Esta es la imagen mental que tenía de Cantabria, montañas y amplios prados muy verdes.
Unos kilómetros más tarde por fin llego a un punto que me rondaba en la cabeza desde el día que preparé la ruta, el Puerto de Alisas. Nada más pasar el pueblo de Arredondo  la carretera empieza a empinarse y a revirarse, estoy encantado con la carretera que llevo. Una secuencia de curvas abiertas, cerradas y rectas cortas me lleva hasta coronar el puerto, donde me paro a echar un vistazo a las dos vertientes. Subo andando los pocos metros que hay hasta el mirador, y disfruto.  A un lado se pueden ver montañas bajas, incontables prados verdes y pocas edificaciones dispersas; hacia la otra vertiente diviso más edificaciones, más prados, lo que creo que puede ser la ciudad de Santander con el Cantábrico al fondo y el impresionante tramo de curvas que me espera para bajar el puerto, gran elección este puerto en el diseño de la ruta. Al bajar hasta la moto me encuentro a un compañero motero con una turismo que viene mejor preparado que yo con un buen bocadillo y una coca-cola, que envidia. Esto hay que replanteárselo para próximos viajes, más bocadillos y refrescos para las paraditas.
Cuando me vuelvo a montar en la moto, me da por pensar en lo fácil que me está resultando rodar con la moto cargada con todo el equipaje, a pesar de llevar carreteras que la gente calificaría de malas o muy malas, en ningún momento me ha dado la sensación de que me costara hacerme con la moto, ni tan siquiera la he notado lenta de reacciones o con alguna reacción destacable.
Arranco dejándome caer por la primera curva y comienza el baile de incontables curvas que no me dejan relajarme durante unos cuantos kilómetros. Tropiezo con un par de camiones en la bajada, pero encuentro dos rectas donde los adelanto con facilidad y sigo curveando. Las curvas me acompañan hasta La Cavada. A partir de aquí la carretera se simplifica bastante. 

Cuando llego cerca del pueblo de Heras una rotonda con una señalización dudosa me despista y salgo a la autovía, no era mi deseo, pero no puedo dar la vuelta en ningún lado, con lo que busco desesperadamente algún sitio donde hacer el cambio de sentido y en la primera salida que hay me salgo de la dichosa autovía. En un pequeño apartado, me detengo y miro el GPS antes de cambiar de sentido. Me doy cuenta de que estoy muy cerca de un punto que marqué en la ruta y que este error sólo me hacía saltarme un punto, con lo que decido navegar hasta dirigirme a este punto y obviar el otro en la ruta. Entro al pueblo de Heras por una zona que no deseaba y rápidamente estoy de nuevo en mi ruta que discurre paralela a la autovía. En un punto la cruzo por debajo y entro a El Astillero. Para entonces el paisaje del puerto de Alisas parece estar ya demasiado lejos y lo que puedo observar es una zona donde el terreno urbanizado y la industria gana a los prados. Cuando entro en El Astillero y hasta llegar a Santander tengo la misma sensación que en las proximidades de Bilbao, los pueblos se suceden uno a otro y me llevan hasta la misma ciudad que voy a visitar.


Tanta carretera divertida y paisaje bonito me han hecho retrasarme bastante y se me hace tarde, ya que el tramo de esta tarde hasta Cangas es bastante largo y no me gustaría que se me hiciera de noche.
Ante esto, decido visitar la ciudad sin bajarme de la moto en un tour rápido parecido al que me daría uno de esos autobuses descapotados que se pueden ver por Madrid. En poco tiempo abarco gran parte de la ciudad y me dirijo hacia la península de la Magdalena para comer en la zona. Cuando llego y aparco la moto a la puerta del palacio descubro que en la explanada cercana a la playa hay un mercadillo medieval y decido comer allí y no en un restaurante. Antes de entrar al recinto, en un puesto de periódicos compro las postales de rigor, me atiende un tendero que anda refunfuñando continuamente sobre toda la gente que se acerca al puesto, mira y no compra. Entro al recinto del palacio y primero visito un poco el entorno y me encuentro un apartado que parece un pequeño zoo, donde veo pingüinos y focas. Visito la Sirenita de Santander y me subo a ver por fuera el Palacio de la Magdalena.  Saco unas cuantas fotos de todo lo visitado y me bajo al mercadillo a comer, me tomo un bocadillo de un cerdo asado muy rico con un refresco mientras escucho música folclórica.
En un rato partiré hacia Asturias. 

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