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miércoles, 5 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 7. De Santander a Asturias.

Cuando termino de comer y de escribir mis postales, decido remprender el camino, pero antes de salir de Santander voy a visitar el Faro del Cabo Mayor, cruzo por la playa del Sardinero que está abarrotada y llego hasta allí. Nada más bajarme de la moto, recibo el segundo ataque de perros en el viaje, sólo que está vez era un pomeranian y no un grupo de mastines, pero puedo asegurar que el “perrito” acumulaba tanta ira como toda la reala de mastines que me encontré en Soria.
Me asomo a ver los acantilados, pero una humareda de un incendio cercano no me deja ver demasiado. Todo el mundo hablaba de niebla, pero viendo el sol que había hacia la playa del Sardinero y el olor a quemado, hubiera jurado que era humo.


Me vuelvo a montar en la moto y me dispongo a buscar un buzón de correos antes de salir de Santander, lo que me lleva un buen rato, al final encuentro una oficina de Correos, pero descubro que no abre al medio día y que no tiene buzón en ninguna parte de la fachada. Que daño nos ha hecho el e-mail a los postaleros. Me guardo las postales para echarlas más adelante y me dispongo a salir de Santander.
A la salida de Santander paro a echar gasolina, algo inevitable cuando se viaja en moto. Mientras reposto charlo con la mujer que atiende la gasolinera sobre el tiempo tan caluroso que está haciendo en estos días. Cuando entramos para hacer el pago, aparece por las inmediaciones una mezcla entre vagabundo y peregrino con bastante mala pinta que parece incomodar bastante a la mujer, y es que, actúa con actitud sospechosa. Decido hacerme fuerte debajo de toda la ropa de la moto (lo que me hace parecer más grande de lo que soy) y espero a que mi presencia disuada al sospechoso. Después de un par de minutos y unas 10 miradas, parece que surte efecto, se va. Y yo también. A los pocos kilómetros, me da por pensar que mi presencia durante un rato no impediría que el vagabundo/peregrino sospechoso se diera la vuelta, pero bueno, durante un rato me creí un héroe.
Sigo adelante, llevo una carretera buena que me permite avanzar ligero. Por fin, en Requejeda, uno de los muchos pueblos que atravieso veo un pequeño buzón de correos, paro de sopetón, lo que sorprende a varios paisanos que andaban por allí atareados en girar el bastón o en desgastarlo en paseos. Echo mis postales de Santander y continúo. Al llegar a Madrid, descubrí que no todas las postales que eché en este buzón llegaron.
A los pocos kilómetros atravieso el que llaman el pueblo de las tres mentiras, Santillana del Mar. Hay gran cantidad de autobuses y turistas, esto hace que mi café de después de comer se  retrase durante un rato, total ya lo visité hace unos años en un viaje con mis padres y mi hermana. Unos kilómetros más adelante, un enfado monumental me hizo olvidar por completo el café.
En los ayuntamientos cántabros de todos pueblitos que voy a travesando, han decidido instalar los famosos semáforos a la entrada en los que se indica “50 Km/h, a más velocidad semáforo cerrado”. Esto es una auténtica mentira de enormes proporciones, mi impresión es que los semáforos están cerrados por sistema, y si te acercas a menor velocidad ellos te detectan y se abren. Hasta ahí todo bien, el problema viene cuando viajas en moto y parece que estos semáforos no te detectan con lo que deciden no abrirse. El motorista en cuestión, “ergo” YO, se queda parado en un semáforo en rojo, que parece estar burlándose, hasta que un coche decide hacer acto de presencia, momento en el cual el semáforo “antimotos” decide abrirse. Esto me pasa pueblo tras pueblo. Llegué a estar parado en algún caso hasta 5 minutos, pensando en que podrían sancionarme si me viera algún agente de la autoridad o si existieran cámaras como en Madrid. En uno de ellos, a unos metros del semáforo, hay una pareja de la Guardia Civil, y para no bajar mi nivel de enfado, el semáforo de turno permanece cerrado.  Pasados un par de minutos sin que pase ningún coche, el copiloto, me hace un gesto como que pase, ya que como es lógico, él no está entendiendo mi situación. Le devuelvo el gesto señalándo el semáforo y baja del coche y se dirige hacia mí. A modo de burla, en ese momento se acerca un coche, y el semáforo se abre. Sabiendo que el Guardia Civil viene hacia mí, decido apartarme un poco y dejar pasar el coche. Me alcanza en el arcén:
  • Buenas tardes.
  • Grrrrr! Bzzzz! Buenas tardes agente.
  • ¿Por qué se ha parado tanto tiempo en el semáforo?
  • Estaba en rojo.
  • Eso es porque usted se acercaba a más de 50 Km/h.
  • Creo que hubiera aprendido hace unos cuantos pueblo como funcionan estos semáforos, pero créame, que me acerqué a menos. Lo que pasa que estos semáforos permanecen siempre cerrados y cuando te acercas a más de 50 no se abren. El problema está en que al ir en moto no me detectan. Llevo así al menos durante 5 o 6 pueblos.
  • No me lo puedo creer.
  • De verdad. Ya le digo que hace unos cuantos pueblos que habría aprendido a sortear los semáforos si no fuera así.
  • ¿Y cómo has pasado los anteriores?
  • Esperando a que llegara otro coche.
  • ¿De verdad?
  • Si, depende del pueblo, la espera se me llegó a hacer bastante larga. En uno estuve cinco minutos.
  • ¿Viajas solo?
  • Sí. Nadie quiso venirse de vacaciones conmigo y mi novia no anda bien de dinero, está en paro, ya sabe usted como está el tema.
A todo esto, el compañero había llegado hasta nosotros y entre los dos le contamos la historia. Al final acabamos riendo los tres. Por lo menos aliviaron mi enfado.
Tras pasar Comillas dejo esa maldita carretera del infierno, dejo la costa y me adentro en el interior, atravesando el Parque Natural de Oyambre. El paisaje me gusta bastante más. La carretera se vuelve más sinuosa, y aunque no es muy escandaloso, no llevo ni de cerca tan buen asfalto como en los kilómetros anteriores. La carretera se cubre por completo de árboles y tras unas curvas se abre el pueblo de Bielva, donde antes de bordear su núcleo urbano, hay un pequeño parque con un campo de fútbol bastante rudimentario y ahí decido no tomar el  café del que había huido en Santilla del Mar. Como estoy en medio de la nada y no hay posibilidad de tomar café, me conformo con unos cuantos tragos de agua fresca, descanso 10 minutos, hago fotos, veo el paisaje y reinicio la marcha para adentrarme en las carreteras asturianas. Ya iba notando ganas de entrar en Asturias, y al final, llegué y un cartel me informa de ello.
 

Unos kilómetros más adelante, a la salida de un pueblo llamado Merodio, ya en Asturias, comienzo a ver los montes escarpados y el desfiladero que por el que transcurre la carretera asturiana que me llevará hasta Cangas de Onís, mi siguiente destino. Aquí, cometo el que creo que es el único y más grave error de conducción que he cometido en todo el viaje, y seguramente desde que llevo montando en moto. A lo lejos, en el lado izquierdo del desfiladero, veo una nube de humo de lo que seguramente sea un incendio bastante importante, estoy un poco extasiado por lo imponente de la zona que tengo que recorrer y triste porque voy a atravesar cerca de una zona de incendio. Los sentimientos encontrados me adormecen un poco, y no puedo dejar de mirar la zona. Esto, desde la cuneta no habría sido un problema, pero no soy consciente y lo hago circulando, cuando de golpe, me encuentro casi metido en una curva que hacía girar a la carretera casi ciento ochenta grados. Reduzco la velocidad como puedo, pero al entrar en la curva no es suficiente y casi en la salida de la curva tengo que clavar los frenos. Gracias al sistema ABS las ruedas no se bloquean y no voy al suelo, pero invado el carril contrario y paso muy cerca del quitamiedos. Gracias a Dios, por allí no pasa nadie por el carril. Al final, la combinación de tecnología, reflejos y una suerte infinita me hace salir ileso y sin tocar suelo de aquel susto, pero la bioquímica de mi cuerpo me traiciona y tengo que parar, las piernas no me responden muy bien del susto. Paso un minuto contemplando la curva y me doy cuenta de la suerte que he tenido, nadie ha pasado y no pasará en un buen rato, con lo que un accidente que me dejara inconsciente podría ser mi fin en esa curva. Cuando ya estoy mejor, arranco, no sin antes prometerme que si quiero ir de “miranda” paro las veces que haga falta, y así fue el resto del viaje.
Me adentro en el desfiladero que he estado mencionando y las escarpadas paredes casi resultan amenazadoras, en estos lugares te sientes pequeños a pesar de llevar una moto grande y aparatosa que te da cierto “estatus” en otras situaciones. Como me temía el desfiladero huele a humo, y aunque no veo el fuego por lo escarpado de la montaña, se siente que está ahí. Me paro en varias ocasiones a contemplar y a hacer fotos, y de una de estas paradas sale una de las fotos de mi moto que más me gustan, de hecho, es la que hoy día llevo en el móvil de fondo de pantalla.  Paso por la comarca del Cabrales atravesando Las Arenas y Poo de Cabrales que marcan el fin del desfiladero. Aquí ya estuve una vez.

Como ya va cayendo la tarde y sé que las carreteras de Asturias de noche pueden ser peligrosas, más teniendo en cuenta que voy con la moto (con la poca luz que estas tienen), decido continuar viaje, si veo algo que me llame la atención, volveré al día siguiente, ya que Asturias y Salamanca son los dos únicos lugares donde voy a estar parado más de unas horas.
Se suceden los pueblos y carreteras que vagamente recuerdo de viajes anteriores en coche, hasta que al final, llego a la rotonda donde te desvías para subir a Covadonga y donde estaba el hotel en el cual me alojé la última vez que estuve en Asturias, “Casa Pepe”. Lo regentan gente de carácter algo tosco, la cama no es muy buena, pero lo recuerdo bastante acogedor. Pasé buenas vacaciones junto a mi chica Julia.
No me resisto a la tentación de un cartel que anuncia “Las Cuevas del Trasgu” y tomo un desvío que me sube por una carretera mal asfaltada hasta la entrada de las mismas, para descubrir con asombro, que ese día descansaban. ¿Qué le vamos a hacer? Vuelvo a la carretera y atravieso Cangas de Onís, tanto tiempo sin ver un pueblo que, siendo sinceros, no tiene mucho que ver aparte de su famoso puente, pero al que siempre me gusta volver. Salgo de Cangas y me dirijo hacia Coviella, una aldea de parcelitas y casas desperdigadas donde está mi próximo hotel. La salida está fatal indicada y además, da a un camino rural a medio asfaltar que me hacen desconfiar del waypoint que he tirado para el giro y sigo adelante. Me aparto en la entrada de Arriondas y confirmo que sí que está bien, con lo que vuelvo, hasta la salida y esta vez si la tomo.
Entro en el camino rural y a unos metros me doy cuenta de que sobre el asfalto ha crecido musgo. Esto me hace entender dos cosas, pasa poca gente y esto resbala que se las trae. Por eso caminos de lindes, me siento todo un aventurero, pero también invasor, ya que aunque no suena demasiado, mi moto allí es lo único que suena, todo un apuro romper tanta paz.
Los mapas de internet  no aciertan del todo con la situación del hotel, con lo que el waypoint del fin del día no es acertado. Es la primera vez que me pasa. Esto me hace preguntar a una mujer, que anda muy atareada con las plantas de su jardín, pero que no duda en darme buena indicación, se lo agradezco y continúo con mi estruendo hasta el hotel.
Un poco con el miedo en el cuerpo por el hotel de la noche anterior, voy a la recepción del hotel Coviella Rural, y tras esperar un rato en el que no aparece nadie por allí, de pronto entra un hombre joven y agradable, charlamos un rato de mí viaje y finalmente me muestra mi habitación. Es un auténtico lujo, sobre todo si lo comparo con mi cama de la noche anterior. Cuando salgo a por el equipaje a la moto, el dueño del hotel se ofrece a ayudarme, yo le pregunto que si no hay donde meter la moto, que no me gusta dejarla en la calle, a lo que me responde, que si la quiero dejar con las llaves, no hay problema, por allí no pasa nadie. Es cierto, en los dos días que estuve, no vi a nadie andar por allí, a excepción de un todoterreno de la empresa que gestiona el agua, que lo vi bajar los dos días, que sitio más agradable para trabajar.
Una vez instalado me voy a Cangas de Onís a cenar.
Cuando llegaba desde Cantabria, entre Cangas y Arriondas, me crucé con un grupo de unos 100 motoristas, lo que me hizo pensar que posiblemente hubiera alguna concentración, con lo que a la que salgo del desvío, siento la necesidad de preguntar y encuentro una pareja de la Guardia Civil en moto, me paro.
-Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- ¿Sabrían ustedes si hay alguna concentración motera por aquí cerca? Es que cuando venía de viaje me crucé con un motón de moteros y ahora que los vi a ustedes pensé: “Si hay una concentración de motos, seguro que la Guardia Civil lo tiene que saber”.
- Pues sí que los hemos visto, pero no son de por aquí cerca. No nos han notificado nada.
Después de unos minutos hablando, llegamos a la conclusión de que podría ser la concentración motera de Riaño en León, pero me pillaba bastante lejos, con lo que mis ganas de alargar la noche se vieron reducidas a “cena y para el hotel”.
Llegué a Cangas, compré las postales de rigor, los sellos de rigor, la pegatina que también comenzaba a ser de rigor para la maleta, y cené donde ya había cenado antes en otros viajes, todo estaba tremendamente igual, no se había movido casi ni una silla desde el 2008 que creo que fue mi último viaje. Cené y de vuelta al hotel. El dueño del hotel me habrá tranquilizado, pero por si el diablo enreda, ato la moto a un poste de teléfono de los de madera antiguos y me aseguro de quitar las llaves.
Cuando llego al hotel, no puedo evitarlo, me pongo una serie en el netbook, lleno la enorme bañera y me doy un baño de agua caliente como hacía años que no me daba. Tanto relax acaba conmigo y no puedo nada más que secarme y arrastrarme a la cama. Mañana será otro día.

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