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miércoles, 19 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 9. El día que pasé en Asturias.

Ya es medio día, con lo que en no mucho tiempo tendré que comer. Quiero comer en un bar que hay en una aldea pegada a Cangas de Onis. La aldea se llama San Juan de Parrés, es un grupo de tierras y casitas desperdigadas, en el que Casa Pedro, el bar donde voy a comer, y la parada de autobús que hay enfrente son el núcleo urbano más grande. Cuando llego hay un grupo de moteros custom, y aparco frente a la parada entre todas sus motos. Cuando entro todos me miran, ¿será que no llevo cuero?¿ por llevar una moto tan alta? No sé. Ya dentro le pregunto a una muchacha.
  • - Hola. ¿Tenéis hueco para uno?
  • - ¿Uno?
  • - Sí.
  • - Estamos hasta los topes.
  • - ¿Y cuánto habría que esperar?
  • - Hora y media, pero espera un momento.
Aparece esta vez un hombre de mediana edad.
  • - Perdona, pero no tenemos mesa.
  • - Es que vengo recomendado y no quiero pasar sin comer aquí. Vengo de parte de Fortunato.
  • - ¿Quién?
  • - Tito el que viene a pescar salmones desde Madrid.
  • - ¡Anda Tito! Tengo una mesa que viene a las tres y cuarto, son las dos y media, si comes en tres cuartos de hora puedes sentarte.
  • - No hay problema, me va a sobrar tiempo.
  • - Pues pasa.
Se prometía complicado comer allí, pero finalmente comí sin problemas. Gracias Tito. Un plato descomunal de fabada (que finalmente fuero dos), escalopines al cabrales y, por supuesto, arroz con leche. Casi rondado, pago y me voy.




Quiero subir a Covadonga, y si me escurro por el control, hasta los Lagos de Covadonga. Según voy subiendo empieza a chispear gotas de un litro. “Será una tormenta” pienso. Veo la pareja de vigilantes que hay en la rotonda que da acceso a la carretera de los lagos, y me doy cuenta de que no va a ser posible subir. Se acercan un par de motoristas y hablan algo con ellos, los vigilantes niegan con la cabeza y los motoristas se dan la vuelta. Desde luego yo soy más guapo, pero no creo que sea suficiente para pasar. Decido visitar la cueva de la Virgen y la Basílica de Covadonga. Veo como todo alrededor de la zona es una explotación de “merchandising” religioso y no me gusta, pero supongo que habrá gente a la que si le guste. No me encuentro cómodo, además sigue chispeando gotas de un litro con lo que hago un pis gratis (uff), calibro la altura de mi GPS con una marca de altura que hay en la basílica y me bajo a la moto para ir a visitar el Mirador del Fito.

Deshago camino y llego hasta Arriondas, desde donde sale la carretera que quiero tomar. Cuando salgo del pueblo, empieza a llover como si lo fuera a prohibir por siempre, pero decido llegar hasta arriba. Aún no ha llovido lo suficiente y la carretera resbala, con lo que subo tranquilo y disfrutando. Se acaba el disfrute cuando llego al mirador y todo lo que se ve es la nube en la que me encuentro metido. Hago una foto, miro a la gente que hay refugiada en los puestos de recuerdos y doy media vuelta a tomar café en Arriondas. La carretera en seco se podría disfrutar infinitamente más, pero no puedo controlar la climatología.
Llego a Arriondas y ya no llueve, estoy medio mojado y entro en un bar que parece de “Cuentamé”. La barra está acolchada, la decoración es del siglo pasado y en la televisión hay un partido de fútbol de regional. Para no variar, todo el mundo me mira extrañado, a excepción del camarero, que parece ser que no quiere enterarse de que estoy allí. Le digo “buenas tardes” varias veces y finalmente pido un café. Me lo tomo mientras escribo a Julia por el móvil y me voy, estoy algo mojado y quiero ducharme. Al ponerme la chaqueta descubro que el agua ha sacado nuevamente ese olor. El olor de las hogueras de Pingüinos, me gusta y es que tardó dos lavados y tres meses en desaparecer por completo, pero vuelve a estar conmigo.
Llego al hotel y como ya estoy seco, decido que me ducharé cuando venga de cenar. Con lo que me pongo a leer el libro de Sherlock Holmes con el que he cargado todo el viaje. En la habitación contigua a la mía están las dos parejas de señores mayores que había esta mañana en el desayuno, y parece que tienen ganas de juerga. No leo ni dos renglones y comprendo que va a ser imposible seguir. Me voy a Cangas a cenar pronto.
Llego al pueblo y está muy animado. Siguiendo la tradición de otros viajes a Asturias me tengo que comprar dos camisetas con algún dibujo gracioso. En este momento caigo en la cuenta de que me había traído camisetas muy viejas para ir tirándolas según las usara, pero eso no ha pasado. Veo dos camisetas perfectas, una con un Darbeider montado en un dos caballos y con una botella de sidra y otra con un símbolo que imita a la marca más conocida de bebidas energéticas pero al que le han sustituido los dos toros y le ha puesto dos vacas y el texto “Red Vacs”. Me compro las dos camisetas en una tienda donde la última vez había una vaca que bailaba, pero ahora está parada. Se lo comento a la muchacha que me atiende y me dice que se rompió dos semanas antes, me cachis.
A la que salgo hay una especie de reunión en la plaza del ayuntamiento y me apoyo en un coche y espero para ver que es. Al rato aparece una banda de gaiteros y me entero que es el día de Asturias lo que se está celebrando. Me gusta bastante la música de las gaitas, pero necesito ir cenando, el cansancio está haciendo mella.
Me voy al bar del día anterior y me pido una tosta de cabrales con miel. Cuando veo la tosta, pienso en ir a los juegos olímpicos con ella, es una auténtica pértiga. Doy buena cuenta de ella, me hago un poco el remolón para hacer tiempo y me voy al hotel.
Me doy una ducha importante, cargo los datos del GPS para mañana y preparo la maleta para levantarme, cargar la moto, desayunar y salir dirección a Salamanca, que me espera Julia a la una y media en la estación de autobuses.


Antes de acostarme me doy cuenta de que debo limpiar la visera del casco, está muy sucia de los kilómetros y la lluvia lo empeoró todo. Cojo una toalla limpia del baño, limpio bien el casco y lo dejo inmaculado. Cuando doy la vuelta a la toalla sólo soy capaz de pensar que me harán pagar la toalla, de un blanco perfecto pasó a un negro casi perfecto. ¿Cómo se habría almacenado tanta suciedad en un solo casco?

Al final me voy a la cama, pongo un rato la tele donde echan un documental, pero me entero de poco ya que caigo rápido. Mañana será otro día.

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