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viernes, 28 de febrero de 2014

Viaje al Norte. Parte 6. De Bilbao a Santander

Nuevamente me levanto temprano para aprovechar un poco el fresco de la mañana y no pasar demasiado calor. Como no deshago las alforjas en cada parada, recoger la habitación me lleva bastante poco tiempo, con lo cual rápido salgo a buscar un sitio para desayunar.
Parece ser demasiado pronto y el único sitio que encuentro para desayunar cerca del hotel es una sala de juego con una pequeña cafetería. Allí veo un trozo de las noticias mientras me tomo un café y un croissant. A la vuelta al hotel, bajo al garaje, cargo la moto y la saco a la calle. Hago el check-out y me prometo que jamás volveré, ni recomendaré ese hotel a nadie.
Arranco y me pongo en marcha. La sensación que me queda de Bilbao en moto, es que es un auténtico laberinto de calles prohibidas y direcciones únicas, aunque seguro que los que lo conozcan no opinan lo mismo. Tengo que hacer uso de mis habilidades de navegación hasta que encuentro la salida de Bilbao por una zona cercana al estadio de San Mames. Rápidamente vuelvo a tener la sensación del día anterior, los pueblos cercanos a Bilbao que están completamente unidos unos a otros, Barakaldo, Ortuella y rápidamente llego a Muskiz, donde abandono la nacional y entro en una carretera secundaría que promete ser toda una aventura, y no defrauda. 


Está llena de curvas y cada vez se van enlazando más, hasta que pasado el pueblo de Sopuerta, las curvas se suceden una tras otra, no termino de trazar una de izquierdas  cuando empieza la de derechas y viceversa. Para cualquier persona que no le guste conducir esta carretera sería algo parecido a un verdadero infierno, pero para mí, que me encanta, es toda una aventura poder rodar por una carretera muy cerrada por la abundante vegetación, que me obliga a ir con todos los sentidos alerta, ya que nunca puedes ver lo que hay detrás de las curvas y además continuamente encuentro ciclistas.

Al igual que  me pasó con el Condado de Treviño, me encuentro una isla cántabra dentro de la provincia de Vizcaya. Paro a tomar café y me dice el agradable camarero que estoy en lo que ellos conocen como el Valle de Villaverde. Mantengo una charla corta con él y le cuento un poco los planes de viaje que estoy haciendo, lo cual le sorprende mucho, termino el café, pago, me desea buen viaje y reemprendo el camino. De los pocos camareros agradables que encontré en este viaje.  
Nuevamente entro en Vizcaya a los pocos kilómetros, la carretera sigue siendo increíble. Vuelvo a entrar en Cantabria por segunda vez en el día y a la altura de Gibaja me desvío por una nacional durante una distancia bastante corta hasta Ramales de la Victoria, atravieso una parte del pueblo y me detengo justo antes de abandonarlo, no puedo dejar pasar una foto del  río Asón. Cuando reemprendo el camino, me encuentro un paisaje mucho más abierto, pero igualmente impresionante. Esta es la imagen mental que tenía de Cantabria, montañas y amplios prados muy verdes.
Unos kilómetros más tarde por fin llego a un punto que me rondaba en la cabeza desde el día que preparé la ruta, el Puerto de Alisas. Nada más pasar el pueblo de Arredondo  la carretera empieza a empinarse y a revirarse, estoy encantado con la carretera que llevo. Una secuencia de curvas abiertas, cerradas y rectas cortas me lleva hasta coronar el puerto, donde me paro a echar un vistazo a las dos vertientes. Subo andando los pocos metros que hay hasta el mirador, y disfruto.  A un lado se pueden ver montañas bajas, incontables prados verdes y pocas edificaciones dispersas; hacia la otra vertiente diviso más edificaciones, más prados, lo que creo que puede ser la ciudad de Santander con el Cantábrico al fondo y el impresionante tramo de curvas que me espera para bajar el puerto, gran elección este puerto en el diseño de la ruta. Al bajar hasta la moto me encuentro a un compañero motero con una turismo que viene mejor preparado que yo con un buen bocadillo y una coca-cola, que envidia. Esto hay que replanteárselo para próximos viajes, más bocadillos y refrescos para las paraditas.
Cuando me vuelvo a montar en la moto, me da por pensar en lo fácil que me está resultando rodar con la moto cargada con todo el equipaje, a pesar de llevar carreteras que la gente calificaría de malas o muy malas, en ningún momento me ha dado la sensación de que me costara hacerme con la moto, ni tan siquiera la he notado lenta de reacciones o con alguna reacción destacable.
Arranco dejándome caer por la primera curva y comienza el baile de incontables curvas que no me dejan relajarme durante unos cuantos kilómetros. Tropiezo con un par de camiones en la bajada, pero encuentro dos rectas donde los adelanto con facilidad y sigo curveando. Las curvas me acompañan hasta La Cavada. A partir de aquí la carretera se simplifica bastante. 

Cuando llego cerca del pueblo de Heras una rotonda con una señalización dudosa me despista y salgo a la autovía, no era mi deseo, pero no puedo dar la vuelta en ningún lado, con lo que busco desesperadamente algún sitio donde hacer el cambio de sentido y en la primera salida que hay me salgo de la dichosa autovía. En un pequeño apartado, me detengo y miro el GPS antes de cambiar de sentido. Me doy cuenta de que estoy muy cerca de un punto que marqué en la ruta y que este error sólo me hacía saltarme un punto, con lo que decido navegar hasta dirigirme a este punto y obviar el otro en la ruta. Entro al pueblo de Heras por una zona que no deseaba y rápidamente estoy de nuevo en mi ruta que discurre paralela a la autovía. En un punto la cruzo por debajo y entro a El Astillero. Para entonces el paisaje del puerto de Alisas parece estar ya demasiado lejos y lo que puedo observar es una zona donde el terreno urbanizado y la industria gana a los prados. Cuando entro en El Astillero y hasta llegar a Santander tengo la misma sensación que en las proximidades de Bilbao, los pueblos se suceden uno a otro y me llevan hasta la misma ciudad que voy a visitar.


Tanta carretera divertida y paisaje bonito me han hecho retrasarme bastante y se me hace tarde, ya que el tramo de esta tarde hasta Cangas es bastante largo y no me gustaría que se me hiciera de noche.
Ante esto, decido visitar la ciudad sin bajarme de la moto en un tour rápido parecido al que me daría uno de esos autobuses descapotados que se pueden ver por Madrid. En poco tiempo abarco gran parte de la ciudad y me dirijo hacia la península de la Magdalena para comer en la zona. Cuando llego y aparco la moto a la puerta del palacio descubro que en la explanada cercana a la playa hay un mercadillo medieval y decido comer allí y no en un restaurante. Antes de entrar al recinto, en un puesto de periódicos compro las postales de rigor, me atiende un tendero que anda refunfuñando continuamente sobre toda la gente que se acerca al puesto, mira y no compra. Entro al recinto del palacio y primero visito un poco el entorno y me encuentro un apartado que parece un pequeño zoo, donde veo pingüinos y focas. Visito la Sirenita de Santander y me subo a ver por fuera el Palacio de la Magdalena.  Saco unas cuantas fotos de todo lo visitado y me bajo al mercadillo a comer, me tomo un bocadillo de un cerdo asado muy rico con un refresco mientras escucho música folclórica.
En un rato partiré hacia Asturias. 

martes, 25 de febrero de 2014

Viaje al Norte. Parte 5. De Vitoria a Bilbao.

Después de la comida vuelvo a la moto, y esta vez sin incidentes salgo de Vitoria por una zona industrial al noreste, y la carretera tiene poco que destacar hasta que llego a las proximidades el embalse de Ullibarri-Gamboa. Me paro un momento a echar un vistazo a la presa y después de un par de fotos, reemprendo el camino. Todo el entorno del pantano es una zona bastante verde y bonita.

Paro unos kilómetros más adelante para proveerme de agua, el día es muy caluroso. Hay un grupo de ciclistas tomando unos refrescos que me miran con mucha atención, soy como un extraterrestre, pero veo que no se atreven a preguntarme, supongo que les picaría la curiosidad de ver a un motero en solitario y que evidentemente está viajando por lo que cuenta mi equipaje.

Arranco de nuevo y hago un giro brusco para coger la A-627 y seguir enlazando hasta llegar a Bilbao. Paso por un par de puentes para sortear un el embalse de Urrúnaga y voy disfrutando del paisaje. Me adentro en un valle muy verde como sólo podría ofrecerse en el norte de España. Atravieso y bordeo varios pueblos, y según me voy acercando a ellos la industria de la zona se deja ver, pero al alejarme de cada uno de ellos vuelve el valle verde. El tráfico es cada vez más intenso según me voy acercando a Bilbao, lo cual me obliga a ir menos relajado y más pendiente de la conducción, con lo que me pierdo bastante paisaje. Llega un punto que me agobia (no es que haya el tráfico de Madrid, pero llevo dos días casi enteros rodando por carreteras prácticamente solitarias) y decido buscar una pista para parar un rato, echar un traguillo de agua y disfrutar del paisaje. Busco varias pistas que salen de la carretera pero ninguna me convence, finalmente encuentro un camino asfaltado entre Areatza y Artea, que se va estrechando cada vez más. Al final desaparece el asfalto y se queda una pista de hormigón, decido que no ha sido buena idea salirme aquí de la carretera y miro para dar la vuelta, pero sólo existe un inconveniente, es tan empinada, que con el peso de la moto, me va a ser imposible dar la vuelta sin algún sustillo. Al final en un pequeño apartado que está medianamente plano doy la vuelta no sin dificultades. Con una sudada encima de mil demonios por el esfuerzo, tomo un trago de agua y miro el paisaje. Tiene que haber mil senderos que recorrer y mil caminos que lleven a lugares encantadores en este valle, y yo me meto por una pista de hormigón con una inclinación de no menos del 25%. Vuelvo a la cordura, caigo en que estoy solo y cualquier pequeño inconveniente podría volverse un gran problema. No soy muy valiente en este aspecto, pero una vez que se me volcó la moto, tuvimos que levantarla entre tres, seguramente habrá buenas técnicas para hacerlo uno mismo, pero yo las desconozco en ese momento.


Resignado vuelvo a la carretera para seguir hasta Bilbao. Los pueblos cada vez están más cercanos entre sí, hasta que llega un punto que parece que todos los pueblos son uno, cuando de pronto, me encuentro en el término municipal de Bilbao.

Localizo rápido el hotel frente al Teatro Arriaga, pero está a la otra orilla de la Ría. El GPS me indica que cruce un puente y estaré justo en la puerta del hotel. Nada más lejos de la realidad. Por este puente sólo pueden circular taxis y autobuses. Me dirijo al siguiente puente, cruzo a la otra orilla y empieza el calvario. Todas las calles que me acercan hasta el hotel son prohibidas. Sabiéndome multado en Vitoria, no iba a probar suerte y adentrarme por un tramo pequeño de prohibida hasta el hotel. Tendré que buscar. Recorro una zona en la que los edificios parecen todos sedes institucionales. Esta, da una zona donde veo varias tiendas de “El Corte Inglés”, una estación de tren, pero sigo sin encontrar la dirección correcta para llegar hasta el  hotel. Finalmente bajo una callejuela y me adentro durante unos 15 metros por prohibida, se acabó dar vueltas. Cambio la moto de sentido y aquí no ha pasado nada.

Cuando subo empiezo a percatarme de la nueva aventura que me espera. La recepcionista del hotel no habla ni una palabra de castellano, pero doy gracias de que es brasileña y el portugués no es tan distinto de nuestra lengua. Al final, otra mujer con un vestido negro muy ceñido y muy arreglada se ofrece a bajarme hasta el garaje donde dejaré la moto durante la noche. El garaje es de lo más oscuro y me da un poco de reparo, pero espero que mi compañera de viaje esté bien. Desmonto las alforjas para subirlas a la habitación y el calor de esos días empieza a dar señales, estoy sudando como hacía tiempo que no lo hacía, más bien me estoy bañando en mi propio sudor. Para cuando acabo estoy totalmente empapado. Subo hasta la recepción y me dan las llaves, aquí empieza el capítulo dos de la siniestra aventura hotelera.

Entro en la habitación y lo primero de que me doy cuenta es que el suelo está totalmente roto y las baldosas se mueven. Tengo miedo de cortarme con lo que no me quito las botas. Cuando miro detenidamente las paredes, veo que están llenas de mosquitos aplastados. Me decido a abrir las ventanas para ver si entra algo de fresco, aquello parece una sauna entre la humedad y el calor. La ventana de la habitación da a un patio con otras habitaciones a menos de tres metros. Decido dejar ésta cerrada y abrir la del baño, pero veo un patio de menor tamaño, en el que hay una chimenea y que a juzgar por el olor, provenía de un restaurante chino. En ese momento decido que es mejor no ventilar.

A la vista de la habitación que me habían asignado, decido inspeccionarla mejor. Veo que las sábanas están bien limpias, pero al mirar en el baño descubro que la barra de la cortina se había cambiado de cromada a oxidada y que el óxido también habitaba en las cortinas. Después de un rato meditándolo, decido que sólo es una noche ya que mañana partiré a Cantabria y a Asturias, y que pasaré la noche aquí a pesar de que el estómago me pida buscar otro hotel.La ducha se convierte en una aventura. Tiro toallas limpias en el suelo de la bañera, me pongo unas sandalias que traigo, abro la cortina y evito tocar la pared a toda costa. Quien sabe lo que podría haber ahí.


Después de la ducha cruzo hasta el Teatro Arriaga y cojo dirección hacia el museo Guggenheim. Cruzo nuevamente la Ría y decido tomarme una horchata en un puesto que hay cerca del museo. Tengo una conversación bastante agradable y muy cómica con la señorita del puesto:

-          Buenas tardes.
-          Buenas tardes, ¿qué quería?
-          Me pone una horchata.
-          Tengo dos tamaños, el de dos euros con cincuenta o el de cuatro euros.
-          Vengo muerto de calor, póngame el de cuatro euros con cincuenta.
-          Es de cuatro euros.
-          No, el de cuatro cincuenta, el grande que tengo mucho calor.
-          Ya, pero el grande es el de cuatro.
-          Bueno, ponme el que quiera, que con este calor no rijo.

Ambos nos reímos durante buen rato por mí atontamiento y finalmente me pone la horchata de cuatro euros, me aparto y cuando me quiero dar cuenta, la he acabado.

Visito los alrededores del impresionante museo con todas sus esculturas y después de tomar varias fotografías decido volver a la zona del casco viejo para buscar postales y escribir mi diario de viaje. Antes, y a la vista de que llevo una cámara muy vistosa, varios turistas me piden que les haga fotos. A un par de ellos les hago la broma de “No, lo siento pero no se hacer fotografías” y a otra pareja la de “¿Si ahora salgo corriendo con la cámara?”. Los segundos se ríen, los primeros parecen malayos y parece no interesarles la broma nada en comparación con lo interesante de la foto.

Ya de vuelta al Casco Viejo, entro en una tienda y me compro una botella de refresco, tanto calor va a deshidratarme. También aprovecho y pregunto dónde comprar postales y sellos. Entro a comprar las postales, durante la compra tengo una conversación muy amena con la dependienta sobre la temperatura que está haciendo estos días, me dice que para nada es normal. En contraste, el estanquero resulta ser un pelín soso y bastante desagradable, con lo que la compra de sellos es bastante rápida.

Una vez hechas las compras, entro en la Plaza Nueva y me siento en una terraza abarrotada de gente que está atendida por una mujer muy mayor y muy agradable que no para de un lado a otro. La plaza tiene una vida increíble, por todos los rincones hay gente y niños jugando.

Me tomo una cerveza aprovechando que no tengo que conducir más y escribo las postales.
Después de la cervecita recorro la plaza y voy en busca de una oficina de correos. Echo las cartas y nada más soltarlas me da la sensación de que la oficina de correos está un poco abandonada, espero que al menos pasen a recoger las cartas del buzón.

Me doy un buen paseo visitando el casco viejo casi en su totalidad y cuando me cae la noche busco algún sitio para cenar. Ceno y vuelvo al hotel.

En el hotel preparo la ruta del día siguiente y consulto la posible sanción que me llegará desde Vitoria. Esta era de cuarenta y cinco euros hasta hace unos meses, pero cambiaron la normativa municipal y hoy por hoy asciende a doscientos euros, que alegría. Estoy muy cansado, pongo en la tele un concurso que no recuerdo bien y antes de segundo acierto del concursante ya no soy consciente.

La carretera de mañana promete y estoy seguro de que el hotel donde llegue será mucho mejor que el antro donde he caido esta noche. 

jueves, 13 de febrero de 2014

Viaje al Norte. Parte 4. De Logroño a Vitoria

En el segundo día de me viaje me levanto temprano y al mirar por la ventana veo que hay algo de niebla, esto puede dificultar mis andanzas por la carretera. Después de vestirme y asearme bajo a desayunar. Tomo un buen desayuno, ya que el siguiente salto me llevará a Vitoria y por lo que recuerdo la ruta me lleva por carreteras suculentas que se me pueden hacer largas. Cuando subo de desayunar, la niebla ha desaparecido. Recojo lo poco que me quedaba y lo guardo todo en las alforjas. Bajo, coloco todo el equipaje en la moto, hago el “check-out“ y ya estoy listo para salir.

Abandono Logroño por una zona industrial y rápidamente cruzo un puente por encima del Río Ebro. Tomo
dirección hacia La Rioja Alavesa y mientras voy casi paralelo al Ebro, voy viendo multitud de bodegas. No soy aficionado a los vinos, pero al pasar por el pueblo de la Guardia, veo una bodega con un edificio que ya había visto antes supongo que en televisión o en alguna publicación. Me pica la curiosidad y por un rato, me desvío de mi camino.
No encuentro ninguna carretera que me lleve hasta ella (después vi que se accedía desde el pueblo), así que aproveche el hecho de llevar una moto trail y busco caminos hasta llegar a ella. Es la primera vez que abandono el asfalto con mi moto para rodar por tierra, y a pesar de ir bastante cargado, no se me hace difícil rodar por los caminos. Después de enganchar dos o tres caminos cortos me planto en una lateral de la bodega. Hago varias fotografías observo el paisaje de viñedos y me vuelvo a subir a mi montura. Deshago el camino que había llevado y vuelvo a entrar en carretera para continuar con la ruta.


Recorro unos pocos kilómetros y a poca distancia de Samaniego, me desvío para subir el Puerto de Peñacerrada que me recibe con pendientes del 14%. Algo antes de completar la subida al puerto, hago una parada que había señalado en el GPS, es el Balcón de La Rioja. Aunque hay una nieblina que limita la visibilidad puedo ver una vasta extensión de terreno que abarca La Rioja y La Rioja Alavesa. Retomo el camino y empiezo a cruzar bosques que parecen mágicos. En un par de ocasiones veo caminos bastante suculentos que me apetece recorrer, pero la cordura ahoga mis deseos y me paro por ser consciente de que una caída tonta me puede complicar el resto de la ruta, y es que con la moto cargada, se me haría bastante difícil levantarla yo solo, y eso teniendo en cuenta que la caída me produjera el menor mal posible.

Ruedo totalmente solo por la carretera, lo que me permite pararme a placer y hacer fotos del denso bosque que me rodea. En un momento de la ruta veo que los hitos de la carretera marcan que me encuentro en la provincia de Burgos, por un segundo dudo, freno y reviso la ruta en el GPS y me percato de que todo está correcto. Finalmente, salgo de mi asombro y me doy cuenta de que estoy en un sitio que para mí ha sido mítico desde el colegio, el Condado de Treviño, esa porción de tierra que pertenece a Burgos pero que está incrustada en territorio alavés. Acabado el puerto, ruedo unos kilómetros hasta un cruce de carreteras en el que veo un pequeño bar y me paro a tomar café. Hay un hombre en el bar leyendo un periódico que contesta de mala gana a mis buenos días. El hombre que hay detrás de la barra desaparece y al final emerge un chaval joven de la cocina que me atiende. Le comento la anécdota del mi susto al camarero y le pregunto exactamente donde me encuentro. Me dice que estamos en el centro del Condado, en Ventas de Armentia. Durante la preparación de la ruta, llevar tanto detalle en los mapas, no me dio lugar a percatarme de que atravesaría este condado para llegar hasta Vitoria.


Sigo camino y nuevamente entro en la provincia de Álava, por fin llego a Vitoria. Después de un par de vueltas por el centro, consigo encontrar un sitio de mi gusto para dejar la moto, pero mientras que la estoy subiendo en el caballete, este me pilla una bota y la moto se me vuelca. Mi manillar se apoya en el asiento de una vespa, hago un esfuerzo descomunal para evitar que ambas motos vayan al suelo, pero no soy capaz de llevar a mi compañera hasta una posición vertical, pido ayuda y un hombre poco amable en sus modales que me echa una gran mano a levantarla, he de estarle muy agradecido a pesar de que no fue muy agradable conmigo:

-        -  Perdona, me puedes ayudar que se va al suelo.
      El hombre se acerca, me ayuda y la moto vuelve a su posición. Supervisa el que yo monte la moto en el caballete.
-        -  Ten cuidado que vas a dar a las demás motos.
-        -  Es cierto, pero es que con la moto cargada se me hace difícil manejarla en parado.
-        -  Sí, pero ten cuidado.

Pasan dos segundos y aun me encuentro en ese pequeño momento de “shock” cuando el hombre se da la vuelta de una forma bastante brusca diciéndome en tono irónico “de nada”. Señor, debe disculparme, el “shock” no me dejó ser cortes y amable, pero a  pesar de sus modales, le estaré eternamente agradecido. Reviso mi moto, reviso el asiento de la vespa y observo que ambas han resultado ilesas. Toda una suerte.  
Solventado este problemilla, me dispongo a visitar la ciudad y como siempre, lo primero que hago es buscar postales y sellos. Los encuentro en la Plaza de la Virgen Blanca y aprovecho para acercarme a la oficina de turismo donde me informan muy amablemente. Visito la Iglesia de San Miguel, los Arquillos y me adentro en la Ciudad Medieval como la llaman allí. Las calles son supe calmadas y me encanta la tranquilidad que se respira en algunos puntos. Una cosa que me llama la atención son los grandes murales de infinidad de colores que decoran algunas fachadas.
 

Tras una visita rápida a los lugares que me mostraron en la oficina de turismo, se me hace la hora y me siento a comer a los pies de la Parroquia de San Pedro.  Un menú muy rico, que se me hace muy barato por lo elaborado del mismo (unos doce euros). Me relajo mientras como y paso un rato largo distraído escribiendo postales y mi “cuaderno de bitácora” .


A la vuelta hasta la moto encontré una manifestación frente a la Diputación Foral de Álava, no entendí los motivos, ya que las pancartas estaban en Euskera, pero había un buen puñado de ertzaintza, así que preferí alejarme sin hacerme más preguntas. Llegué a la moto, y tras colocarme bien la chaqueta, casco, guantes y demás, me dispuse a coger dirección Bilbao.

Cuando me dispongo a buscar el punto de inicio de la ruta desde Vitoria a Bilbao me doy cuenta de que por la mañana, mientras buscaba aparcamiento, entré por una zona restringida al tráfico y vigilada por cámaras. Entré detrás de un autobús y no me percaté, pero qué le vamos a hacer… ya llegará la multa.


jueves, 6 de febrero de 2014

Viaje al Norte. Parte 3. De Soria a Logroño.

Enseguida salgo de Soria con las indicaciones del agradable camarero que me sirvió durante la comida y voy haciendo kilómetros por una carretera bastante sencilla.  Esto se acaba cuando me acerco al Puerto de Piqueras. El camarero me recomendó que fuera por el túnel ya que la carretera del puerto era bastante sinuosa y está a medio asfaltar en algunos tramos de la vertiente riojana. Esto, lejos de alejarme de subir el puerto, más bien me anima mucho más, lo convierte en un reto que tengo que pasar sí o sí. La parte castellana del puerto se encuentra en bastante buen estado y,
aunque es un ir y venir continuo de curvas y rectas, se hace fácil subir. Cuando llego arriba un cartel me indica que por primera vez en mi vida, voy a pisar La Rioja. Me paro para fotografiar
el cartel y observo el paisaje que me deja ver dos provincias de España, Soria y La Rioja. En este punto es cuando por fin empiezo a darme cuenta de lo que realmente estoy haciendo, de él increíble viaje que me queda por delante y la bonita experiencia que me queda por realizar en unos pocos días.

De vuelta a la moto, comienzo a bajar por la vertiente riojana del Puerto de Piqueras y comienzo a notar las advertencias del camarero, la carretera está a medio asfaltar y además, está llena de brea, lo que ocasiona que todos los vehículos con lo que me cruzo levanten grava e incluso de vez en cuando note alguna pedrada que proviene de mis ruedas.
A mitad de bajada el paisaje me obliga a parar, echar un vistazo y hacer alguna fotografía de la Sierra de Cebollera. La vista es increíble y más adelante descubro que sólo fue la antesala de lo que me esperaba. Continuo viaje y me voy dando cuenta de que la carretera nada tiene que ver con la que he llevado desde Soria hasta el Puerto de Piqueras, está igualmente en buen estado, pero es una carretera de continuas curvas. Siguiendo por ella, bordeo el embalse de Pajares y me quedo admirado con la presa y los bosques que hay a la orilla contraria del río Pajares. Disfrutando del paisaje sin quitarle ojo a la carretera, llego hasta el pueblo de Villanueva de Cameros. Según entro por la carretera principal, me quedo encantado con el entorno donde se encuentra y cuando llevo sólo unos metros recorridos dentro del mismo, antes de cruzar el puente, me paro para ver todo con más tranquilidad. Visito el precioso puente que me llevará hasta la otra orilla y bajo por unas escaleras que me llevan hasta una ermita que se encuentra cerrada. Todo el pueblo tiene un ambiente que me encanta, además hay bastante paz y allí no se ve a la gente con prisas. En estos momentos es cuando menos echo en falta a Madrid. Reanudo la marcha ya por la otra orilla y me cruzo con varios compañeros en moto que me pasan y me saludan, no es de extrañar, soy bastante tranquilón circulando y además hay que añadirle que voy circulando con un extra de precaución porque viajo solo. La carretera me lleva por un desfiladero increíble. Por momentos llego a pensar que podría ser buen escenario para producir un “western” ya que este paisaje le he visto yo en muchas películas. Pero hay un punto en el que este sueño acaba, el GPS señala una larga recta, lo que me indica que estoy llegando a Logroño.

Entro hasta el hotel con mucha facilidad. Ya alojado, descargo las alforjas de la moto y me instalo en la habitación. Es un hotel fantástico y me alegro de una reserva bien hecha.  A pesar de un pequeño contratiempo con la red de internet, me atienden de manera muy agradable en la recepción. Las agradables recepcionistas, gastan un extra de paciencia porque entro y salgo del garaje con la moto en varias ocasiones.

Como ya es tarde, me doy prisa en volver a salir para visitar Logroño y comprar las postales y los sellos que me hacen falta. Al parar a comprar veo con alegría una moto igual que la mía aparcada, me hace ilusión, no es muy frecuente ver mi modelo de moto por la calle.Comprado el taco de postales y sellos, me voy al centro siguiendo las indicaciones.

Aparco cerca del parque del Espolón y me decido a visitar el centro a pie.  Al igual que Soria, Logroño es una ciudad muy bulliciosa. Me decido a intentar perderme por el centro y rápidamente encuentro la Concatedral de Santa María de la Redonda, hago algunas fotos y me dirijo por la calle Portales, que está abarrotada, hasta la Puerta del Revellín. Bajo por otra calle que está llena de bares con terrazas y allí aprovecho a tomarme una cerveza (no más que hay que volver en moto al hotel), a escribir las postales y mi diario de ruta en la agenda que me regaló Julia de su viaje a Florencia.




 

Como ya se me hace de noche, busco un lugar para cenar algo rápido y vuelvo a coger la moto. En el recorrido voy buscando para poder echar mis postales en algún buzón y me percato de lo difícil que es encontrar uno en cualquier ciudad hoy en día. Pero no desisto y busco una oficina de correos que me crucé de camino al centro por la tarde. En este momento, me percato de que no llevo GPS y no conozco absolutamente nada de la ciudad. Me he perdido por Logroño. Después de una gran vuelta que me lleva por un barrio muy mal iluminado, un polígono industrial, un parque enorme y una carretera de circunvalación, al final encuentro el hotel y tomándolo de punto de referencia, logro encontrar la oficina de correos para echar en el buzón de esta mis postales. Bastante cansado, aunque menos de lo que había esperado, me vuelvo al hotel, donde encierro la moto en el parking y me doy una buena ducha, que ya iba haciendo falta.


Ya más relajado, me dispongo a descargar en mi netbook los datos de la ruta y a cargar los de la ruta del día siguiente y me doy cuenta de que mi día no acaba aquí. ¡Horror! No sé muy bien por qué, las rutas no están en el ordenador y tampoco en la memoria USB en la que creí haberlos cargado. No está todo perdido. Julia, con mucha paciencia, se acerca a mi casa y desde mi ordenador me reenvía las rutas por e-mail. Mi salvadora. Con las rutas en el ordenador, me aseguro bien de que hago un duplicado y las meto en la memoria USB.

Ahora si que puedo ver un rato la televisión, aunque casi antes de que me entere me estoy quedando dormido. Pongo el despertador y me arropo dispuesto a dormir. Ha sido un día largo y emocionante.

lunes, 3 de febrero de 2014

Viaje al Norte. Parte 2. De Madrid a Soria.

El primer día de mi viaje me levanto temprano para poder cargar la moto. Estoy lleno de ilusión. Tardo poco en cargar la moto ya que todo estaba perfectamente en su sitio, con lo que sólo me queda montar en top case, colocar las alforjas y poner en marcha el GPS para iniciar el viaje.

Comienza la ruta y a la altura de Alcorcón me encuentro con los primeros atascos, me frenan bastante, pero no tengo prisa, estoy de vacaciones. Recorro la M-40 hasta la salida hacia el aeropuerto pensando en algo que me ilusiona, no voy a volver a coger autovía en 6 días. Salgo atravesando el aeropuerto de Barajas por un túnel subterráneo y aparezco en la zona de la vera del río Jarama. Es una zona de polígonos industriales y muchos camiones, pero sé que en breve los perderé de vista a todos y podré circular prácticamente solo. 

Por fin pierdo de vista todo tipo de edificaciones y todo va saliendo según lo previsto. Navegar se me hace fácil con mi nuevo GPS, las alforjas van perfectamente montadas y apenas las noto en movimiento. La carretera empieza a estar bastante rota, sabía que iba a llevar este tipo de carreteras, me gusta y es lo que quería. De pronto, al salir de una curva a la altura de la Urbanización Peñarrubia, me encuentro el peor
paisaje posible para abandonar Madrid, está todo el monte quemado. Con la esperanza de que esta fuera la única vez que me topara con el fuego, sigo camino.

El asfalto parece que va siendo bastante mejor, aunque la carretera se revira, se nota que sigo el curso de algún río y por fin disfruto de un paisaje que me gusta. El primer parón lo hago durante no más allá de dos minutos en el pantano de Alcorlo, en la provincia de Guadalajara. Total, como voy solo, sin prisa y con ganas de disfrutar, si paro una vez o cien, a quien le importa. Hago una de mis primeras fotos del paisaje y la primera a mi compañera de viaje. Me entretengo unos segundo viendo las maniobras de un helicóptero de extinción de incendios que debe estar haciendo prácticas. El entorno del pantano es digno de ver y me detengo en una de las presas con lo contienen, lo que me permite ver el valle que sigue adelante atravesando las pequeñas laderas que dan forma al pantano.

Arranco y poco a poco la carretera se va estirando hasta regalarme lo que me parecen rectas interminables. Me encuentro a varias personas andando, montando en bici o bien trabajando en los campos que flanquean la carretera y hago lo imposible por no dejar a nadie sin su correspondiente saludo. A media mañana decido que es hora de parar a tomar un café, y me detengo en el pueblo más grande que cruzo, Almazán. Entró en un bar junto a una gasolinera a la entrada del pueblo. En el bar hay varias personas mayores, una pareja joven y un policía. Por como hablan con las camareras todos se conocen, y de vez en cuando doy un vistazo y siempre pillo a alguien mirándome con curiosidad, soy el motero de la moto cargada y no me conocen.

Después del café y un donuts reemprendo el camino, como tengo aun presente las carreteras que había estado preparando para el GPS, sé que en no mucho tiempo tengo que entrar a una carretera que tiene bastante pinta de ser un carreterucho malo. Después de unos pocos kilómetros, mis sospechas se confirman y me doy cuenta de que mis pensamientos se quedaron cortos. De golpe el puntero del GPS hace un giro brusco a la altura del pueblo de Tejado y me indica que debo entrar a un camino rural medio asfaltado. Hago el giro con cuidado, ya que la carretera en esa zona tiene poca visibilidad y entro  en el camino. Es un camino/carretera vecinal que me llevará por varias aldeas hasta salir cerca de Soria. Conduzco una vía que en la que se alternan trozos de carretera mala con trozos de caminos buenos. Recorro los pueblos/aldeas de Torralba de Arciel, Paredesroyas, Aldealafuente y Alconada. Al atravesar Paredesroyas me llevo el primer susto del viaje, veo un mastín cerca de la carretera, pero de pronto saltan otros cuatro o cinco (no me paré a contarlos para concretar el número) y comienzan a correr a mi lado y a cruzarse, los medio espanto dando voces y pitando y en cuanto veo la oportunidad me libro de ellos con un buen acelerón. El camino rural desaparece y entro en una carretera comarcal que me lleva hasta la Nacional 122 que me permite entrar a Soria por el este. Antes de entrar hago el primer repostaje del viaje y me sorprendo del precio de la gasolina, un euro con sesenta. Se lo comento al gasolinero, me dice que es por el céntimo sanitario y además, hay que sumar que no hay ninguna planta de distribución cerca. Soy bastante crédulo, con lo que pago religiosamente y me voy.
Lo primero que advierto al llegar a Soria es un bonito arco rodeado de jardines, me paro y hago una
fotografía al cartel que marca la entrada a Soria. Los conductores me miran raro. Directamente me dirijo una oficina de turismo que hay prácticamente en la entrada donde, después de explicar que voy a pasar sólo unas horas en Soria, la señorita me comenta lo que puedo ver, le doy las gracias y me voy a mi primera visita. Deshago el camino hasta el arco que había visto anteriormente, es la entrada a la Iglesia de San Santurio, paso por debajo del arco, hago algunas fotos y sigo hasta la iglesia.

Está situada en un acantilado a la orilla del Duero y las vistas del camino de entrada me dejan encantado. Tras una breve visita continúo y bajo hasta el monasterio de San Juan de Duero y su claustro de leyenda. Hago la visita al monasterio con su claustro y a la salida charlo un rato con la señora que se encarga de cobrar las entradas, me cuenta que el monte que se ve desde el claustro es el famoso “monte de las ánimas” de la leyenda de Bécquer, y que este quiso comprar el monasterio.

 Después de la agradable charla, vuelvo a montarme en la moto y entro en el casco urbano de Soria. Lo primero que me llama la atención es la cantidad de gente que hay por la calle en un día entre semana. Visito todo el centro y el famoso Olmo seco al que escribió Machado. Como ya va siendo hora, me siento a

comer en una terraza y escribo la primera ristra de postales que he ido mandando a toda la gente que aprecio durante el viaje. Le pregunto al camarero que como hay tanta gente en la calle y me dice que “¡hay poca!”. Los chavales de las universidades ya se han ido y que empieza a decaer la cantidad de gente. Pues si falta gente, no quiero pensar cómo será un domingo de plena ocupación. Como bastante bien, pero ligero, tengo que seguir hasta Logroño. He visitado Soria en muy poco tiempo y seguramente me habré dejado muchas cosas atrás, pero con tantas ciudades en tan pocos días, creo que va a ser la tónica general del viaje.

Llego desde el bar donde he comido hasta la moto y allí inicio el ritual de preparación, casco, chaqueta, guantes… todo bien ajustado para seguir con el viaje.  Me doy cuenta de que me falta una postal, con lo que paro en una gasolinera a preguntar a ver si tienen alguna en venta. Como no quiero perder mucho tiempo, ni me quito el casco ni nada, entro a toda máquina y la señorita del mostrador me mira asustada. Me doy cuenta de que ha interpretado que soy un ladrón de los tantos que se ven en la tele, con lo que me freno y la pido una postal. Con una mezcla de alivio e irritación debido al momento tenso que acabo de generar, me informa de que no tiene. Papá, Mamá, os habéis quedado sin postal. Un despiste.

Me dispongo a Salir de Soria en dirección hacia Logroño.