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miércoles, 26 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 10. De Asturias a Salamanca.

Me levanto temprano, cargo la moto, desayuno y pago el hotel para irme. Cuando llego a Cangas voy a una pequeña gasolinera a repostar, me lleva cinco minutos y salgo en dirección a uno de los tramos que más me había llamado la atención cuando estuve preparando las rutas del GPS, el desfiladero de Los Beyos. Al fondo del mismo, discurre el río Sella y a sus laterales hay paredes que se me hacen increíblemente altas. Según me voy adentrando parece que las curvas se cierran más, que las montañas se echan más encima de la carretera y cada vez estoy más feliz, me encanta. Paro infinidad de veces a ver y a fotografiar, a veces en pequeñas rectas y en el santo medio de la carretera, por allí no pasa nadie (o al menos en ese momento no).  Nuevamente las curvas son tan cerradas, se trazan en tan poco espacio y tienen la pared tan cerca, que nunca veo que hay en la salida. Además, no puedo utilizar el GPS de copiloto como suelo hacer, porque la carretera no da tregua y porque este ha decidido, que debido a la falta de cobertura por culpa del desfiladero, él prefiere ir como a un kilómetro hacia el oeste de mi verdadera posición y no muestra la carretera en pantalla.



Después de un rato largo veo el final del desfiladero en una montaña que parece estar en el santo medio, pienso “o la bordeo o la atravieso por debajo, eso no hay quien lo suba”. Cuando llego a ella, la carretera se aleja y simplemente la doy de lado. Parece que las curvas se van estirando para hacerse más agradables y rápidamente me veo metido en un pinar. Cuando salgo del pinar noto como la temperatura baja como treinta grados de golpe y estoy helado. Menos mal que había previsto esto y eché los guantes de invierno y un buff al equipaje. Mientras me lo pongo pienso que parece mentira que hace dos días estuviera bañándome en mi propio sudor mientras desmontaba las maletas en Bilbao. Al fondo veo una casa y un mastín, espero que este no me ataque. Reinicio y en una recta, la primera en muchas horas, veo que al final está el pantano de Riaño y que la niebla lo tiene cubierto, da la sensación de que la carretera se acaba al llegar a la niebla. Nuevamente me paro y tomo una fotografía. Cuando arranco, me da por pensar en la canción “Highwail to Hell” y me pongo como un loco a cantarla. Realmente, siempre que hay niebla y no veo  bien, canto esa canción. Llego hasta el embalse y comienzo a pasar por primera vez por encima de él, hay obras y nos paran. Caigo en que, en muy pocos minutos, la niebla ha desaparecido. Pienso que estoy en medio de la nada y en un atasco, ¿de dónde vendrán todos esos coches?. Cuando voy a llegar a Riaño bordeando el embalse el día está perfectamente despejado y el embalse es un espejo, intento hacer una foto, pero la cámara compacta no capta la imagen como quiero. Reanudo y cruzo de nuevo el embalse. La carretera y el embalse parecen locos. Primero el embalse  aparece a mi izquierda, luego a mi derecha y por fin cruzo lo que parece la presa de la cola del embalse.



El paisaje se ha ido transformando casi sin darme cuenta. Ahora llevo una carretera que me permite ir a buen ritmo y trazando, gracias a unas curvas bastante amplias. Miro el reloj y echo cuentas de que voy a llegar tarde a Salamanca para recoger a Julia.
Ya me han abandonado las montañas, o más bien las he abandonado yo a ellas. Ahora el paisaje se está transformando en campos de labranza y las curvas se van estirando hasta convertirse en agónicas rectas. En un momento, descubro que he tirado un waypoint que me supone recorrer una recta de unos once kilómetros, pienso que habrá alguna curva entremedias, pero nada más alejado de la realidad, me trago ese y otros tres waypoints perfectamente alineados, lo que se transforma en unos doce o trece kilómetros de recta. Pienso que en la vida todo está compensado y estoy contrapesando la carretera que he llevado durante dos días por Asturias.

Un poco más adelante el cuerpo pide paz y siento la llamada de las necesidades más básicas, tengo que parar. Entro en un bar y un hombre bastante poco simpático me pone un bocadillo y un refresco mientras yo busco el baño. Me salgo a la terraza y observo mi preciosa montura, hemos tenido un bonito idilio en estos días. A mi pobre compañera la están asediando un ejército de avispas, pero “a ella no la podréis picar malditas”.

Antes de montarme en la moto pago al hombre del bar mientras pienso que ya debería estar jubilado. Me pongo toda la ropa separado de la moto, ya que el ejército de avispas sigue insistiendo, será el calorcito del motor. Arranco y me mofo de ellas, no podéis seguirme. A los 50 metros tengo que pararme, no he puesto a funcionar el GPS y no sé qué calle tomar.
Es tardísimo y Julia ya me llamó para avisarme de que estaba llegando a Salamanca, yo la digo que no creo que tarde mucho, pero en realidad no soy consciente de que sólo he recorrido dos tercios del camino y todavía me falta un trecho. Las carreteras con prisa no se disfrutan igual. Para colmo, llego a un cruce y a carretera que tengo que tomar está en obras, me paran durante 10 minutos hasta que pasa el tráfico del carril que viene en sentido contrario. Como no tengo que hacer y soy el primero de la fila, le pregunto al obrero del cartelito de stop.
  • - Buenos días.
  • - Buenos días.
  • - ¿Sabe cuánto queda para llegar a Salamanca?
  • - Te queda más que a Zamora.
  • - Ya, pero voy a Salamanca.
  • - Pues tienes que llegar a Toro y luego a Salamanca.
  • - Vale, ¿pero eso es mucho?
  • - Un trozo.
  • - Ok, muchas gracias.
Me abre paso y yo comienzo a circular sin haber resuelto ninguna duda sobre el tiempo que debería de decirle a Julia que voy a tardar. Cruzo un pueblo, otro, otro y al final, como predijo aquel hombre del cartel, llego a Toro. Mientras lo cruzo Julia me vuelve a llamar, ha llegado hace un rato y yo la contesto con una conversación similar a la del obrero, “Estoy en Toro”.
Voy corre que te corre sin parar ni para respirar y voy cruzando mogollón de pueblecitos. Para que no me falte la presión, el depósito está casí vacío. Finalmente llego a Salamanca, y es el momento para que salte la reserva, entro sin problemas hasta la estación de autobuses y allí recojo a Julia. Lleva dos horas sentada, sin hacer nada y con un humor de perros, no es para menos. Me escudo en la realidad, no creí que tardaría tanto en cruzar desde Cangas de Onís hasta Riaño. Se monta en la moto y partimos mi enfadada novia y yo para entrar en el hotel.
Parecía fácil localizarlo, pero un sinfín de direcciones prohibidas me hacen perder 20 minutos hasta llegar a la puerta del hostal. Le tengo un poco de miedo, si en Bilbao se llamaba hotel y daba asco estar allí, ¿cómo será esto que se llama hostal? Pues infinitamente mejor. El hostal está regentado por una pareja de cubanos relativamente jóvenes y él parece aber perfectamente todo sobre Salamanca, además, hemos tenido suerte, estamos en ferias y la ciudad está llena de casetas para ir de tapas. Descargamos la moto y le pregunto al regente del hotel por el parking. Me decepciona que el parking que anunciaba el hotel es un parking público que hay debajo del hospital, pero bueno, tengo que dar descanso a mi compañera de viaje y quiero que lo haga bien resguardada. Entro y busco el hueco más cercano a la cabina del vigilante que está ahí las veinticuatro horas y así evito robos. Después de aparcar, nos instalamos y como es muy tarde, nos vamos al centro para hacer una comida/merienda. La ciudad está a reventar, al parecer han comenzado a llegar todos los estudiantes y encima con las ferias, todos los sitios visitables son gratuitos, lo que atrae aún más a los visitantes. Nosotros estamos aquí en estas fechas de casualidad, no lo habíamos planeado así. Pero ya que estamos, lo disfrutaremos pasando el día y medio que nos queda aquí tomándonos cañas y tapas a dos euros por toda la ciudad. Entre tapa y tapa, aprovechamos para visitar Salamanca. También encuentro hueco para que me asalten por unas postales, menudo precio, si lo llego a saber mando un e-mail.












Al día siguiente bajamos hasta el río y presenciamos una exhibición de vuelo acrobático que aprovecho para fotografiar y cuando acaba, seguimos visitando y tapeando. La universidad, donde un tío con un espejito joroba la ilusión que tenía yo por encontrar por mis propios medios la rana, la catedral con su astronauta, la plaza mayor (que es tremendamente parecida a la de Madrid, pero en pequeño), etc. Al final del día lo celebramos tomando cañas y tapas, y no tardamos en irnos a dormir. Mañana queda el camino que menos deseaba que llegara, el de vuelta, me hubiera gustado alargarlo muchísimo más, pero que le vamos a hacer.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 9. El día que pasé en Asturias.

Ya es medio día, con lo que en no mucho tiempo tendré que comer. Quiero comer en un bar que hay en una aldea pegada a Cangas de Onis. La aldea se llama San Juan de Parrés, es un grupo de tierras y casitas desperdigadas, en el que Casa Pedro, el bar donde voy a comer, y la parada de autobús que hay enfrente son el núcleo urbano más grande. Cuando llego hay un grupo de moteros custom, y aparco frente a la parada entre todas sus motos. Cuando entro todos me miran, ¿será que no llevo cuero?¿ por llevar una moto tan alta? No sé. Ya dentro le pregunto a una muchacha.
  • - Hola. ¿Tenéis hueco para uno?
  • - ¿Uno?
  • - Sí.
  • - Estamos hasta los topes.
  • - ¿Y cuánto habría que esperar?
  • - Hora y media, pero espera un momento.
Aparece esta vez un hombre de mediana edad.
  • - Perdona, pero no tenemos mesa.
  • - Es que vengo recomendado y no quiero pasar sin comer aquí. Vengo de parte de Fortunato.
  • - ¿Quién?
  • - Tito el que viene a pescar salmones desde Madrid.
  • - ¡Anda Tito! Tengo una mesa que viene a las tres y cuarto, son las dos y media, si comes en tres cuartos de hora puedes sentarte.
  • - No hay problema, me va a sobrar tiempo.
  • - Pues pasa.
Se prometía complicado comer allí, pero finalmente comí sin problemas. Gracias Tito. Un plato descomunal de fabada (que finalmente fuero dos), escalopines al cabrales y, por supuesto, arroz con leche. Casi rondado, pago y me voy.




Quiero subir a Covadonga, y si me escurro por el control, hasta los Lagos de Covadonga. Según voy subiendo empieza a chispear gotas de un litro. “Será una tormenta” pienso. Veo la pareja de vigilantes que hay en la rotonda que da acceso a la carretera de los lagos, y me doy cuenta de que no va a ser posible subir. Se acercan un par de motoristas y hablan algo con ellos, los vigilantes niegan con la cabeza y los motoristas se dan la vuelta. Desde luego yo soy más guapo, pero no creo que sea suficiente para pasar. Decido visitar la cueva de la Virgen y la Basílica de Covadonga. Veo como todo alrededor de la zona es una explotación de “merchandising” religioso y no me gusta, pero supongo que habrá gente a la que si le guste. No me encuentro cómodo, además sigue chispeando gotas de un litro con lo que hago un pis gratis (uff), calibro la altura de mi GPS con una marca de altura que hay en la basílica y me bajo a la moto para ir a visitar el Mirador del Fito.

Deshago camino y llego hasta Arriondas, desde donde sale la carretera que quiero tomar. Cuando salgo del pueblo, empieza a llover como si lo fuera a prohibir por siempre, pero decido llegar hasta arriba. Aún no ha llovido lo suficiente y la carretera resbala, con lo que subo tranquilo y disfrutando. Se acaba el disfrute cuando llego al mirador y todo lo que se ve es la nube en la que me encuentro metido. Hago una foto, miro a la gente que hay refugiada en los puestos de recuerdos y doy media vuelta a tomar café en Arriondas. La carretera en seco se podría disfrutar infinitamente más, pero no puedo controlar la climatología.
Llego a Arriondas y ya no llueve, estoy medio mojado y entro en un bar que parece de “Cuentamé”. La barra está acolchada, la decoración es del siglo pasado y en la televisión hay un partido de fútbol de regional. Para no variar, todo el mundo me mira extrañado, a excepción del camarero, que parece ser que no quiere enterarse de que estoy allí. Le digo “buenas tardes” varias veces y finalmente pido un café. Me lo tomo mientras escribo a Julia por el móvil y me voy, estoy algo mojado y quiero ducharme. Al ponerme la chaqueta descubro que el agua ha sacado nuevamente ese olor. El olor de las hogueras de Pingüinos, me gusta y es que tardó dos lavados y tres meses en desaparecer por completo, pero vuelve a estar conmigo.
Llego al hotel y como ya estoy seco, decido que me ducharé cuando venga de cenar. Con lo que me pongo a leer el libro de Sherlock Holmes con el que he cargado todo el viaje. En la habitación contigua a la mía están las dos parejas de señores mayores que había esta mañana en el desayuno, y parece que tienen ganas de juerga. No leo ni dos renglones y comprendo que va a ser imposible seguir. Me voy a Cangas a cenar pronto.
Llego al pueblo y está muy animado. Siguiendo la tradición de otros viajes a Asturias me tengo que comprar dos camisetas con algún dibujo gracioso. En este momento caigo en la cuenta de que me había traído camisetas muy viejas para ir tirándolas según las usara, pero eso no ha pasado. Veo dos camisetas perfectas, una con un Darbeider montado en un dos caballos y con una botella de sidra y otra con un símbolo que imita a la marca más conocida de bebidas energéticas pero al que le han sustituido los dos toros y le ha puesto dos vacas y el texto “Red Vacs”. Me compro las dos camisetas en una tienda donde la última vez había una vaca que bailaba, pero ahora está parada. Se lo comento a la muchacha que me atiende y me dice que se rompió dos semanas antes, me cachis.
A la que salgo hay una especie de reunión en la plaza del ayuntamiento y me apoyo en un coche y espero para ver que es. Al rato aparece una banda de gaiteros y me entero que es el día de Asturias lo que se está celebrando. Me gusta bastante la música de las gaitas, pero necesito ir cenando, el cansancio está haciendo mella.
Me voy al bar del día anterior y me pido una tosta de cabrales con miel. Cuando veo la tosta, pienso en ir a los juegos olímpicos con ella, es una auténtica pértiga. Doy buena cuenta de ella, me hago un poco el remolón para hacer tiempo y me voy al hotel.
Me doy una ducha importante, cargo los datos del GPS para mañana y preparo la maleta para levantarme, cargar la moto, desayunar y salir dirección a Salamanca, que me espera Julia a la una y media en la estación de autobuses.


Antes de acostarme me doy cuenta de que debo limpiar la visera del casco, está muy sucia de los kilómetros y la lluvia lo empeoró todo. Cojo una toalla limpia del baño, limpio bien el casco y lo dejo inmaculado. Cuando doy la vuelta a la toalla sólo soy capaz de pensar que me harán pagar la toalla, de un blanco perfecto pasó a un negro casi perfecto. ¿Cómo se habría almacenado tanta suciedad en un solo casco?

Al final me voy a la cama, pongo un rato la tele donde echan un documental, pero me entero de poco ya que caigo rápido. Mañana será otro día.

lunes, 10 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 8. El día que pasé en Asturias.

Me pongo el despertador no muy tarde para no desperdiciar el día y poder visitar todo lo que me proponga, aunque como no suelo dormir en exceso, me levanto antes de que suene. He pasado buena noche y voy a disfrutar el día. Me visto y bajo a desayunar.
Cuando entro en la sala del hotel donde se dan los desayunos, noto cierta presión. Soy el único que se hospeda solo en el hotel, un par de matrimonios mayores que han venido juntos y dos parejas más desayunan en ese momento. Doy los buenos días y me dispongo a desayunar, todos charlan animadamente, yo como he venido solo, leo el periódico en mi teléfono.
Tras un buen desayuno, me dispongo a prepararme la ruta del día. No tenía nada planificado, con lo que todo será una buena aventura. Miro cartografía varia y veo que puedo preparar una ruta para llegar hasta Fuente Dé, pero por supuesto, quiero abrir una nueva ruta empalmando carreteruchas y caminos rurales.  Veo una ruta que parece perfecta, la diseño, me visto y salgo a la aventura.


Deshago el camino que había traído desde Cantabria el día anterior hasta Las Arenas, donde me desvío dirección Poncebos. Este lugar me atrae, es una desfiladero rodeado de montañas muy escarpadas y carreteras sinuosas, además, es el inicio de la Ruta del Cares.  La carretera parece divertida llena de curvas, subidas, bajadas y bonitos paisajes. Me detengo prácticamente en el medio de la carretera a tomar una foto. Cuando llego hasta el inicio de la famosa ruta, continúo carretera en dirección Tielve y Sotres. A partir de aquí, la carretera se llena de pendientes, curvas y puentes excavados en la roca, me encanta el camino que he escogido.  La carretera tiene ciertos peligros, como curvas pronunciadas y mal firme,  pero todo esto se ve bastante agravado debido a que está llena de desprendimientos. Mientras voy subiendo me fijo y voy memorizando donde encuentro piedras para salvar sin problemas a la bajada. En un punto la carretera hace dos curvas imposibles y en una de ellas hay una pequeña cascada preciosa, me paro y la hago una fotografía.
 





En este momento me percato de que el GPS no es infalible. En un desfiladero tan profundo, los satélites no me controlan y mi receptor decide que voy a unos 300 m de la carretera, pero bueno, no hay mucha pérdida ya que no hay desvíos.
Continúo la carretera y llego a Tielves, lo atravieso sin pena ni gloria y descubro que el GPS ha vuelto en sí y marca bien, pero que las carreteras están trazadas por un loco. Poco más adelante, me detengo en un mirador y observo las montañas que tengo al Norte, seguro que son las que conformaban el valle por el que pasé ayer ya que ahí sigue el incendio del día anterior, tomo un par de fotografías y reemprendo. Se pone interesante. Subo por el lado exterior al precipicio una carretera donde cada curva es una sorpresa, puesto que la pared está tan cerca de la misma, que nunca ves lo que hay detrás de la curva. Aquí el GPS se convierte en mi gran aliado, y le utilizo como copiloto echándole pequeños vistazos de cómo traza la curva antes de tomarla.
Finalmente llego a una curva donde el GPS me indica que debo seguir en línea recta y adentrarme en un camino. Veo que el camino está en buen estado y que puedo circular por el sin mayores problemas si no doy demasiado gas, con lo que entro. Me cruzo con varios coches con lo que creo que mi sueño de llegar hasta Fuente Dé por aquí se hará realidad.
Aproximadamente a un kilómetro, a la altura de los Invernales del Tejo, mi sueño se desvanece, un cartel anuncia que voy a entrar en un parque natural y que sólo puedes circular por allí si eres una empresa de turismo o vecino de la zona, me quedo un poco atónito y decido dar la vuelta. Antes consulto el GPS y veo una rayito de esperanza en una vía marcada desde Tresviso.
Salgo del camino y continúo la carretera que había dejado, un cartel me indica una buena pendiente, pero creo que no se midió bien el día que se señalizó. Subir en camión por aquí tendría que ser una odisea entre las curvas y las pendientes. Entro en Sotres, que no me llama mucho la atención y sigo los carteles en dirección Tresviso, bueno, mejor dicho, el único cartel. Al salir de Sotres, enlazo un par de curvas y tras una curva a derechas se acaba el presupuesto para asfalto. Aquí hace años que se asfaltó, pero creo que alguien habrá pensado que esa es una carretera asturiana que es el único acceso a un pueblo cántabro, con lo cual, si quieren carretera que la paguen otros.
Sorteando auténticos cráteres lunares corono una loma y arriba veo a un pastor, levanto la mano para saludarle y no obtengo respuestas.  Poco más adelante, encuentro una pareja de ancianos a los que decido preguntar si me pueden orientar, ya que a estas alturas la ruta que preparé en el hotel está lejos.
  • - Buenos días.
  • - Buenos días hijo.
  • - Estoy buscando un camino para llegar a Fuente Dé desde aquí.
  • - Bajando a los invernales del Texu.
  • - Ya, pero hay un cartel que me dice que no puedo pasar.
  • - Bueno, es que pasan los todoterrenos que llevan gente turista. Pero yo creo que puedes pasar, nadie te dice nada. Alfonso para por allí para ir a su tierra.
  • - ¿Pero Alfonso es vecino?
  • - Si, pero no te van a decir nada.
  • - Creo que no voy a ir, si me pillan me multarán. Gracias de todas formas. Buen camino.
  • - Buen camino.
  • - Oye, ¿vas solo?
  • - Si, y la mar de a gusto, así no discuto con nadie (nos reímos los tres).
  • - Puedes bajar por la senda de ahí arriba, los chicos de las motos de trial bajan.
  • - Ya, pero esta moto pesa unos 220 Kg y no es para ir por sendas. Si fuera acompañado quizá, pero solo no me atrevo.
  • - ¿Por qué?
  • - Si se cae al suelo la moto no creo que pueda levantarla fácilmente yo solo.
  • - Pero si los chicos bajan.
  • - Pero creo que yo no lo voy a hacer.
  • - Pues nada, buen camino.
  • - Igualmente. Buenos días y muchas gracias.
Unos metros más adelante, la carretera que llevo tiene tal cantidad de cráteres que un par de veces veo comprometida mi estabilidad al intentar esquivarlos, con lo que decido dar la vuelta, no vaya a ser que se me vuelque la compañera y aquí tardarán en pasar para ayudarme a levantarla. Cuando llegué al hotel descubrí que me había quedado a la entrada de Tresviso, pero ya no había remedio. Bajo hasta Sotres y tomo un café. Todos me miran como a un extraterrestre, en verdad debo tener dicho aspecto con la ropa de la moto, intento escudarme en mi café y mi móvil pero la tecnología nuevamente falla. No hay cobertura. Me termino el café y como me siento un poco incómodo con tanto ojo en mi nuca, me voy rápido. Durante el camino de bajada me da un ataque de locura, pero que en ese momento creí algo bastante racional. Voy con la obsesión de fijarme en los quitamiedos, pienso en que cuando subí, estaban todos intactos, pero a la bajada si encontraba alguno roto, es que algún vehículo se había golpeado contra ellos y posiblemente se había precipitado al vacío de algún precipicio. La paranoia se acaba cuando llego a Poncebos. Durante la bajada me cruzo con varios coches en la zona en la que había encontrado los desprendimientos, me preocupo en señalizárselos para que puedan evitarlos sin problemas, y es que hay varios que están en sitios que circulando normalmente te los encuentras de golpe.


Veo un coche que, desde el aparcamiento de la Ruta del Cares, comienza a subir siguiendo una señal que indica a “Camarmeña”. Le sigo. Una consecución de curvas de hormigón y fuertes pendientes me hacen subir entre primera y segunda marcha y en pocos minutos estoy en una localidad ínfima incrustada en una de las laderas del desfiladero del río Cares.  Me creo un auténtico héroe cuando llego hasta arríba, hasta que veo un camión de Coca-cola, que me baja de mi pedestal dándome cuenta de que él lo habría pasado peor que yo subiendo, a mí no me costó apenas. Intento aparcar en varios sitios, pero como todo está en pendiente, me es imposible asentar correctamente la moto. Al final en un camino donde hay una furgoneta C-15 con una pareja que dormía dentro (este es camping del bueno) puedo aparcar, me bajo, hago dos fotos y como hay poco que ver me decido a volver. Comento con la pareja lo difícil que es dar la vuelta a la moto en este pueblo, esquivo el camión de Coca-Cola y desciendo.
Después de esta micro visita regreso por el camino que he traído directo al sitio en que tengo pensado comer. 



miércoles, 5 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 7. De Santander a Asturias.

Cuando termino de comer y de escribir mis postales, decido remprender el camino, pero antes de salir de Santander voy a visitar el Faro del Cabo Mayor, cruzo por la playa del Sardinero que está abarrotada y llego hasta allí. Nada más bajarme de la moto, recibo el segundo ataque de perros en el viaje, sólo que está vez era un pomeranian y no un grupo de mastines, pero puedo asegurar que el “perrito” acumulaba tanta ira como toda la reala de mastines que me encontré en Soria.
Me asomo a ver los acantilados, pero una humareda de un incendio cercano no me deja ver demasiado. Todo el mundo hablaba de niebla, pero viendo el sol que había hacia la playa del Sardinero y el olor a quemado, hubiera jurado que era humo.


Me vuelvo a montar en la moto y me dispongo a buscar un buzón de correos antes de salir de Santander, lo que me lleva un buen rato, al final encuentro una oficina de Correos, pero descubro que no abre al medio día y que no tiene buzón en ninguna parte de la fachada. Que daño nos ha hecho el e-mail a los postaleros. Me guardo las postales para echarlas más adelante y me dispongo a salir de Santander.
A la salida de Santander paro a echar gasolina, algo inevitable cuando se viaja en moto. Mientras reposto charlo con la mujer que atiende la gasolinera sobre el tiempo tan caluroso que está haciendo en estos días. Cuando entramos para hacer el pago, aparece por las inmediaciones una mezcla entre vagabundo y peregrino con bastante mala pinta que parece incomodar bastante a la mujer, y es que, actúa con actitud sospechosa. Decido hacerme fuerte debajo de toda la ropa de la moto (lo que me hace parecer más grande de lo que soy) y espero a que mi presencia disuada al sospechoso. Después de un par de minutos y unas 10 miradas, parece que surte efecto, se va. Y yo también. A los pocos kilómetros, me da por pensar que mi presencia durante un rato no impediría que el vagabundo/peregrino sospechoso se diera la vuelta, pero bueno, durante un rato me creí un héroe.
Sigo adelante, llevo una carretera buena que me permite avanzar ligero. Por fin, en Requejeda, uno de los muchos pueblos que atravieso veo un pequeño buzón de correos, paro de sopetón, lo que sorprende a varios paisanos que andaban por allí atareados en girar el bastón o en desgastarlo en paseos. Echo mis postales de Santander y continúo. Al llegar a Madrid, descubrí que no todas las postales que eché en este buzón llegaron.
A los pocos kilómetros atravieso el que llaman el pueblo de las tres mentiras, Santillana del Mar. Hay gran cantidad de autobuses y turistas, esto hace que mi café de después de comer se  retrase durante un rato, total ya lo visité hace unos años en un viaje con mis padres y mi hermana. Unos kilómetros más adelante, un enfado monumental me hizo olvidar por completo el café.
En los ayuntamientos cántabros de todos pueblitos que voy a travesando, han decidido instalar los famosos semáforos a la entrada en los que se indica “50 Km/h, a más velocidad semáforo cerrado”. Esto es una auténtica mentira de enormes proporciones, mi impresión es que los semáforos están cerrados por sistema, y si te acercas a menor velocidad ellos te detectan y se abren. Hasta ahí todo bien, el problema viene cuando viajas en moto y parece que estos semáforos no te detectan con lo que deciden no abrirse. El motorista en cuestión, “ergo” YO, se queda parado en un semáforo en rojo, que parece estar burlándose, hasta que un coche decide hacer acto de presencia, momento en el cual el semáforo “antimotos” decide abrirse. Esto me pasa pueblo tras pueblo. Llegué a estar parado en algún caso hasta 5 minutos, pensando en que podrían sancionarme si me viera algún agente de la autoridad o si existieran cámaras como en Madrid. En uno de ellos, a unos metros del semáforo, hay una pareja de la Guardia Civil, y para no bajar mi nivel de enfado, el semáforo de turno permanece cerrado.  Pasados un par de minutos sin que pase ningún coche, el copiloto, me hace un gesto como que pase, ya que como es lógico, él no está entendiendo mi situación. Le devuelvo el gesto señalándo el semáforo y baja del coche y se dirige hacia mí. A modo de burla, en ese momento se acerca un coche, y el semáforo se abre. Sabiendo que el Guardia Civil viene hacia mí, decido apartarme un poco y dejar pasar el coche. Me alcanza en el arcén:
  • Buenas tardes.
  • Grrrrr! Bzzzz! Buenas tardes agente.
  • ¿Por qué se ha parado tanto tiempo en el semáforo?
  • Estaba en rojo.
  • Eso es porque usted se acercaba a más de 50 Km/h.
  • Creo que hubiera aprendido hace unos cuantos pueblo como funcionan estos semáforos, pero créame, que me acerqué a menos. Lo que pasa que estos semáforos permanecen siempre cerrados y cuando te acercas a más de 50 no se abren. El problema está en que al ir en moto no me detectan. Llevo así al menos durante 5 o 6 pueblos.
  • No me lo puedo creer.
  • De verdad. Ya le digo que hace unos cuantos pueblos que habría aprendido a sortear los semáforos si no fuera así.
  • ¿Y cómo has pasado los anteriores?
  • Esperando a que llegara otro coche.
  • ¿De verdad?
  • Si, depende del pueblo, la espera se me llegó a hacer bastante larga. En uno estuve cinco minutos.
  • ¿Viajas solo?
  • Sí. Nadie quiso venirse de vacaciones conmigo y mi novia no anda bien de dinero, está en paro, ya sabe usted como está el tema.
A todo esto, el compañero había llegado hasta nosotros y entre los dos le contamos la historia. Al final acabamos riendo los tres. Por lo menos aliviaron mi enfado.
Tras pasar Comillas dejo esa maldita carretera del infierno, dejo la costa y me adentro en el interior, atravesando el Parque Natural de Oyambre. El paisaje me gusta bastante más. La carretera se vuelve más sinuosa, y aunque no es muy escandaloso, no llevo ni de cerca tan buen asfalto como en los kilómetros anteriores. La carretera se cubre por completo de árboles y tras unas curvas se abre el pueblo de Bielva, donde antes de bordear su núcleo urbano, hay un pequeño parque con un campo de fútbol bastante rudimentario y ahí decido no tomar el  café del que había huido en Santilla del Mar. Como estoy en medio de la nada y no hay posibilidad de tomar café, me conformo con unos cuantos tragos de agua fresca, descanso 10 minutos, hago fotos, veo el paisaje y reinicio la marcha para adentrarme en las carreteras asturianas. Ya iba notando ganas de entrar en Asturias, y al final, llegué y un cartel me informa de ello.
 

Unos kilómetros más adelante, a la salida de un pueblo llamado Merodio, ya en Asturias, comienzo a ver los montes escarpados y el desfiladero que por el que transcurre la carretera asturiana que me llevará hasta Cangas de Onís, mi siguiente destino. Aquí, cometo el que creo que es el único y más grave error de conducción que he cometido en todo el viaje, y seguramente desde que llevo montando en moto. A lo lejos, en el lado izquierdo del desfiladero, veo una nube de humo de lo que seguramente sea un incendio bastante importante, estoy un poco extasiado por lo imponente de la zona que tengo que recorrer y triste porque voy a atravesar cerca de una zona de incendio. Los sentimientos encontrados me adormecen un poco, y no puedo dejar de mirar la zona. Esto, desde la cuneta no habría sido un problema, pero no soy consciente y lo hago circulando, cuando de golpe, me encuentro casi metido en una curva que hacía girar a la carretera casi ciento ochenta grados. Reduzco la velocidad como puedo, pero al entrar en la curva no es suficiente y casi en la salida de la curva tengo que clavar los frenos. Gracias al sistema ABS las ruedas no se bloquean y no voy al suelo, pero invado el carril contrario y paso muy cerca del quitamiedos. Gracias a Dios, por allí no pasa nadie por el carril. Al final, la combinación de tecnología, reflejos y una suerte infinita me hace salir ileso y sin tocar suelo de aquel susto, pero la bioquímica de mi cuerpo me traiciona y tengo que parar, las piernas no me responden muy bien del susto. Paso un minuto contemplando la curva y me doy cuenta de la suerte que he tenido, nadie ha pasado y no pasará en un buen rato, con lo que un accidente que me dejara inconsciente podría ser mi fin en esa curva. Cuando ya estoy mejor, arranco, no sin antes prometerme que si quiero ir de “miranda” paro las veces que haga falta, y así fue el resto del viaje.
Me adentro en el desfiladero que he estado mencionando y las escarpadas paredes casi resultan amenazadoras, en estos lugares te sientes pequeños a pesar de llevar una moto grande y aparatosa que te da cierto “estatus” en otras situaciones. Como me temía el desfiladero huele a humo, y aunque no veo el fuego por lo escarpado de la montaña, se siente que está ahí. Me paro en varias ocasiones a contemplar y a hacer fotos, y de una de estas paradas sale una de las fotos de mi moto que más me gustan, de hecho, es la que hoy día llevo en el móvil de fondo de pantalla.  Paso por la comarca del Cabrales atravesando Las Arenas y Poo de Cabrales que marcan el fin del desfiladero. Aquí ya estuve una vez.

Como ya va cayendo la tarde y sé que las carreteras de Asturias de noche pueden ser peligrosas, más teniendo en cuenta que voy con la moto (con la poca luz que estas tienen), decido continuar viaje, si veo algo que me llame la atención, volveré al día siguiente, ya que Asturias y Salamanca son los dos únicos lugares donde voy a estar parado más de unas horas.
Se suceden los pueblos y carreteras que vagamente recuerdo de viajes anteriores en coche, hasta que al final, llego a la rotonda donde te desvías para subir a Covadonga y donde estaba el hotel en el cual me alojé la última vez que estuve en Asturias, “Casa Pepe”. Lo regentan gente de carácter algo tosco, la cama no es muy buena, pero lo recuerdo bastante acogedor. Pasé buenas vacaciones junto a mi chica Julia.
No me resisto a la tentación de un cartel que anuncia “Las Cuevas del Trasgu” y tomo un desvío que me sube por una carretera mal asfaltada hasta la entrada de las mismas, para descubrir con asombro, que ese día descansaban. ¿Qué le vamos a hacer? Vuelvo a la carretera y atravieso Cangas de Onís, tanto tiempo sin ver un pueblo que, siendo sinceros, no tiene mucho que ver aparte de su famoso puente, pero al que siempre me gusta volver. Salgo de Cangas y me dirijo hacia Coviella, una aldea de parcelitas y casas desperdigadas donde está mi próximo hotel. La salida está fatal indicada y además, da a un camino rural a medio asfaltar que me hacen desconfiar del waypoint que he tirado para el giro y sigo adelante. Me aparto en la entrada de Arriondas y confirmo que sí que está bien, con lo que vuelvo, hasta la salida y esta vez si la tomo.
Entro en el camino rural y a unos metros me doy cuenta de que sobre el asfalto ha crecido musgo. Esto me hace entender dos cosas, pasa poca gente y esto resbala que se las trae. Por eso caminos de lindes, me siento todo un aventurero, pero también invasor, ya que aunque no suena demasiado, mi moto allí es lo único que suena, todo un apuro romper tanta paz.
Los mapas de internet  no aciertan del todo con la situación del hotel, con lo que el waypoint del fin del día no es acertado. Es la primera vez que me pasa. Esto me hace preguntar a una mujer, que anda muy atareada con las plantas de su jardín, pero que no duda en darme buena indicación, se lo agradezco y continúo con mi estruendo hasta el hotel.
Un poco con el miedo en el cuerpo por el hotel de la noche anterior, voy a la recepción del hotel Coviella Rural, y tras esperar un rato en el que no aparece nadie por allí, de pronto entra un hombre joven y agradable, charlamos un rato de mí viaje y finalmente me muestra mi habitación. Es un auténtico lujo, sobre todo si lo comparo con mi cama de la noche anterior. Cuando salgo a por el equipaje a la moto, el dueño del hotel se ofrece a ayudarme, yo le pregunto que si no hay donde meter la moto, que no me gusta dejarla en la calle, a lo que me responde, que si la quiero dejar con las llaves, no hay problema, por allí no pasa nadie. Es cierto, en los dos días que estuve, no vi a nadie andar por allí, a excepción de un todoterreno de la empresa que gestiona el agua, que lo vi bajar los dos días, que sitio más agradable para trabajar.
Una vez instalado me voy a Cangas de Onís a cenar.
Cuando llegaba desde Cantabria, entre Cangas y Arriondas, me crucé con un grupo de unos 100 motoristas, lo que me hizo pensar que posiblemente hubiera alguna concentración, con lo que a la que salgo del desvío, siento la necesidad de preguntar y encuentro una pareja de la Guardia Civil en moto, me paro.
-Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- ¿Sabrían ustedes si hay alguna concentración motera por aquí cerca? Es que cuando venía de viaje me crucé con un motón de moteros y ahora que los vi a ustedes pensé: “Si hay una concentración de motos, seguro que la Guardia Civil lo tiene que saber”.
- Pues sí que los hemos visto, pero no son de por aquí cerca. No nos han notificado nada.
Después de unos minutos hablando, llegamos a la conclusión de que podría ser la concentración motera de Riaño en León, pero me pillaba bastante lejos, con lo que mis ganas de alargar la noche se vieron reducidas a “cena y para el hotel”.
Llegué a Cangas, compré las postales de rigor, los sellos de rigor, la pegatina que también comenzaba a ser de rigor para la maleta, y cené donde ya había cenado antes en otros viajes, todo estaba tremendamente igual, no se había movido casi ni una silla desde el 2008 que creo que fue mi último viaje. Cené y de vuelta al hotel. El dueño del hotel me habrá tranquilizado, pero por si el diablo enreda, ato la moto a un poste de teléfono de los de madera antiguos y me aseguro de quitar las llaves.
Cuando llego al hotel, no puedo evitarlo, me pongo una serie en el netbook, lleno la enorme bañera y me doy un baño de agua caliente como hacía años que no me daba. Tanto relax acaba conmigo y no puedo nada más que secarme y arrastrarme a la cama. Mañana será otro día.