Etiquetas

miércoles, 2 de abril de 2014

Viaje al norte. Parte 11. Vuelta a Madrid.

Me levanto un poco atolondrado. Quizá las cervezas de ayer, no acostumbro a beber y un par de cañitas me tocan, pero como no había que conducir, vía libre. Me doy una ducha y entre Julia y yo hacemos el equipaje. Empiezan los líos y las despedidas.
Despedidas. Termino el equipaje y bajo a recoger la moto para cargarla, desayunar y salir pitando hacia Madrid. Aprovecho el viaje y en una bolsita bajo las zapatillas que me habían acompañado en el viaje cuando no llevaba las botas. Llevan muchos años conmigo y las tengo cierto cariño, pero por otra parte, ya no son ni el alma de lo que fueron. Por un momento dudo si serán utilizables por alguien, pero finalmente decido dejarlas aparcadas al lado del cubo, siempre podrá haber quien las exprima un poco más, a mí las presiones familiares no me dejaron.
Líos. Después de dejar las zapatillas, me dirijo al parking para liberar a mi compañera. Entro, hago el pago con tarjeta y me dispongo a montarme en la moto. Abro el topcase para coger mi casco y, sorpresa, el casco está en la habitación del hotel perfectamente acomodado dentro del armario. El pánico se apodera de mí durante treinta segundos eternos, pero finalmente despejo la mente y soluciono mi problema. Arranco la moto, y sin casco, decido sacarla del garaje. Todo el mundo alucina al verme, paso la barrera y directamente subo la moto a la acera. La dejo ahí aparcada y subo a por el casco. Con cara de tonto, aparezco en la habitación, le cuento a Julia la situación y me voy a por la moto. Ahora sí, me pongo el casco y tras mil señales de prohibido llego hasta el hotel dando una vuelta monumental. Entre Julia y yo cargamos la moto y vamos a un bar cercano a desayunar. Este es muy pequeño y está hasta la bandera de gente bien vestida, entramos y nuevamente me siento un extraterrestre, no les culpo, debo parecerlo y además hoy me acompaña Julia, con lo cual refuerza mi apariencia. Desayunamos y nos vamos. Me iba acostumbrando a los camareros rancios, pero estos son majos.
Salimos por el sur de la ciudad, pasamos el rio y llegamos a una avenida llena de coches atascados y rotondas. Una mujer despistada casi nos golpea y además ni se entera, perfecto. Una rotonda, otra rotonda, mil rotondas y una rotonda grande después, llegamos a una gasolinera ya a las afueras de la ciudad. Cuando me dispongo a llenarlo, sale un hombre de mediana edad y tenemos una conversación "agradable":
  • - Estate quieto, ya te echo yo que ese es mi trabajo.
  • - Disculpe, es que el depósito tiene una forma un tanto extraña y la manguera corta muy pronto sin estar el depósito lleno. Por eso me gusta echar yo la gasolina.
  • - Pues mi jefe dice que tengo que echarla yo, y eso voy a hacer.
Cuando acaba, me dice la cifra del oro líquido que acabo de echar, y viene nuestra segunda conversación.
  • - Vaya precio tienen aquí la gasolina.
  • - Yo no pongo el precio, son xxx.
  • - Tengo que pagar con tarjeta.
  • - Pasa dentro.
El hombre que me cobra es infinitamente más agradable. Salgo y casi tengo la intención de despedirme del amable gasolinero. La carretera es buena y podemos llevar buen ritmo. Con Julia y todo el equipaje la moto se vuelve extremadamente pesada, con lo que agradezco que no haya demasiadas curvas ni baches. Pero todo esto cambia según me acerco a Ávila y tomo el desvío hacia un pueblo llamado Navales. La carretera se vuelve pobre, y llega un punto me recuerda a aquel camino rural que cogí en Soria. El terreno es bastante llano y se suceden continuamente los campos de labranza. Cuando entramos en la provincia de Ávila, el campo se vuelve algo más verde, el terreno bastante más ondulado y la carretera con bastantes más curvas, aunque estas son muy amplias y fáciles de trazar. Como yo siempre voy cantando, Julia decide arrancarse y mediante el bluetooth del casco, ella se entretiene y yo llevo música. Estoy empezando a fatigarme, llevar a Julia y todos estos kilómetros de días anteriores pasan factura, pero tampoco es que sea alarmante, simplemente noto algo más que en días anteriores. Tras bastantes curvas y repechos llegamos a Ávila por el Noroeste. No nos adentramos en la ciudad y la bordeamos dirección Sur, aunque antes, no puedo evitar un café matutino para descansar, llevamos ya bastante tiempo de seguido en la moto, pero antes paro y tomo la única foto del día.

Lo que puede ser un agradable café, se convierte en una transacción comercial normalita debido nuevamente a la apatía y desinterés del camarero. Que le vamos a hacer, lo de Salamanca sólo fue un espejismo. Volvemos a montarnos en la carretera y seguimos bordeando Ávila hasta su zona sur, cruzamos una rotonda, otra rotonda, mil rotondas y al final cogemos la carretera que nos llevará hasta El Barraco. La carretera es entretenida, curvas sin demasiada dificultad y estupendamente asfaltada. A partir de aquí, tomo la carretera que tantas otras veces he llevado en alguna ruta, San Martín de Valdeiglesias, el embalse del Pantano de San Juan, etc.
Cuando estoy llegando al puedo de Navas del Rey, el calor aprieta, con lo que intento abrirme las cremalleras de la chaqueta. Las del cuerpo las abro sin problemas, las de la manga derecha sin problemas igualmente y la manga izquierda me la tiene que abrir Julia, ya que no puedo soltar el acelerador. Cuando vuelvo a agarrarme al manillar y me dispongo a acelerar para volver a una velocidad de crucero, descubro que la moto no acelera, ronronea como si quisiera apagarse, pero no lo termina de hacer. Maldita sea, llevo mil ochocientos kilómetros y tienes que fallar la moto a treinta kilómetros de casa. Me aparto al arcén e intento arrancarla sin éxito. Nada, lo moto ni se inmuta. No puedo creer que mi compañera de fatigas esté fallando. Cuando voy a mirar donde tengo un buen sitio para alejarme del peligro de los coches que siguen circulando, me doy cuenta. Se me queda cara de tonto nuevamente en un día, me creo tonto hacia mí mismo y estoy seguro de que seré tonto durante un buen rato. En algún momento al moverme para abrir las cremalleras, debí tocar el botón del cortacorrientes de la moto, lo que hizo que la moto se quedara sin suministro eléctrico. Desconecto el maldito botón que me ha mantenido aterrorizado durante un minuto y a la primera pulsación del botón de arranque la moto arranca, me decido a salir y sale maravillosa, con un gran petardazo de la gasolina no quemada y llego a lo que considero el final de la ruta. La rotonda donde empieza la autovía de la M-501, la Carretera de los Pantanos.  Unos kilómetros aburridos de autovía (el segundo tramo en todo el viaje después de la M-40) y llegamos a un Móstoles desierto. ¿Qué estará pasando? Cuando paso por delante de la tienda en la que trabajo, caigo en la cuenta de que es fiesta en Móstoles. Al final llego a casa, aparco en el garaje y cuando desmonto el equipaje me doy cuenta de la cruda realidad, ya he dejado de ser un aventurero, vuelvo a ser un tipo de lo más corriente con una vida corriente.
Me prometo una cosa, no dejaré de viajar en moto con cualquier excusa. Me da igual que sea a la concentración de Pingüinos, por placer o para creerme nuevamente aventurero, viajaré en moto a muchos sitios, lo tengo claro.
De este viaje saco muchas cosas bonitas y una sola cosa que hay quien la ve fea, me ha gustado demasiado viajar solo, y no siempre ha estado bien visto ser un lobo solitario.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 10. De Asturias a Salamanca.

Me levanto temprano, cargo la moto, desayuno y pago el hotel para irme. Cuando llego a Cangas voy a una pequeña gasolinera a repostar, me lleva cinco minutos y salgo en dirección a uno de los tramos que más me había llamado la atención cuando estuve preparando las rutas del GPS, el desfiladero de Los Beyos. Al fondo del mismo, discurre el río Sella y a sus laterales hay paredes que se me hacen increíblemente altas. Según me voy adentrando parece que las curvas se cierran más, que las montañas se echan más encima de la carretera y cada vez estoy más feliz, me encanta. Paro infinidad de veces a ver y a fotografiar, a veces en pequeñas rectas y en el santo medio de la carretera, por allí no pasa nadie (o al menos en ese momento no).  Nuevamente las curvas son tan cerradas, se trazan en tan poco espacio y tienen la pared tan cerca, que nunca veo que hay en la salida. Además, no puedo utilizar el GPS de copiloto como suelo hacer, porque la carretera no da tregua y porque este ha decidido, que debido a la falta de cobertura por culpa del desfiladero, él prefiere ir como a un kilómetro hacia el oeste de mi verdadera posición y no muestra la carretera en pantalla.



Después de un rato largo veo el final del desfiladero en una montaña que parece estar en el santo medio, pienso “o la bordeo o la atravieso por debajo, eso no hay quien lo suba”. Cuando llego a ella, la carretera se aleja y simplemente la doy de lado. Parece que las curvas se van estirando para hacerse más agradables y rápidamente me veo metido en un pinar. Cuando salgo del pinar noto como la temperatura baja como treinta grados de golpe y estoy helado. Menos mal que había previsto esto y eché los guantes de invierno y un buff al equipaje. Mientras me lo pongo pienso que parece mentira que hace dos días estuviera bañándome en mi propio sudor mientras desmontaba las maletas en Bilbao. Al fondo veo una casa y un mastín, espero que este no me ataque. Reinicio y en una recta, la primera en muchas horas, veo que al final está el pantano de Riaño y que la niebla lo tiene cubierto, da la sensación de que la carretera se acaba al llegar a la niebla. Nuevamente me paro y tomo una fotografía. Cuando arranco, me da por pensar en la canción “Highwail to Hell” y me pongo como un loco a cantarla. Realmente, siempre que hay niebla y no veo  bien, canto esa canción. Llego hasta el embalse y comienzo a pasar por primera vez por encima de él, hay obras y nos paran. Caigo en que, en muy pocos minutos, la niebla ha desaparecido. Pienso que estoy en medio de la nada y en un atasco, ¿de dónde vendrán todos esos coches?. Cuando voy a llegar a Riaño bordeando el embalse el día está perfectamente despejado y el embalse es un espejo, intento hacer una foto, pero la cámara compacta no capta la imagen como quiero. Reanudo y cruzo de nuevo el embalse. La carretera y el embalse parecen locos. Primero el embalse  aparece a mi izquierda, luego a mi derecha y por fin cruzo lo que parece la presa de la cola del embalse.



El paisaje se ha ido transformando casi sin darme cuenta. Ahora llevo una carretera que me permite ir a buen ritmo y trazando, gracias a unas curvas bastante amplias. Miro el reloj y echo cuentas de que voy a llegar tarde a Salamanca para recoger a Julia.
Ya me han abandonado las montañas, o más bien las he abandonado yo a ellas. Ahora el paisaje se está transformando en campos de labranza y las curvas se van estirando hasta convertirse en agónicas rectas. En un momento, descubro que he tirado un waypoint que me supone recorrer una recta de unos once kilómetros, pienso que habrá alguna curva entremedias, pero nada más alejado de la realidad, me trago ese y otros tres waypoints perfectamente alineados, lo que se transforma en unos doce o trece kilómetros de recta. Pienso que en la vida todo está compensado y estoy contrapesando la carretera que he llevado durante dos días por Asturias.

Un poco más adelante el cuerpo pide paz y siento la llamada de las necesidades más básicas, tengo que parar. Entro en un bar y un hombre bastante poco simpático me pone un bocadillo y un refresco mientras yo busco el baño. Me salgo a la terraza y observo mi preciosa montura, hemos tenido un bonito idilio en estos días. A mi pobre compañera la están asediando un ejército de avispas, pero “a ella no la podréis picar malditas”.

Antes de montarme en la moto pago al hombre del bar mientras pienso que ya debería estar jubilado. Me pongo toda la ropa separado de la moto, ya que el ejército de avispas sigue insistiendo, será el calorcito del motor. Arranco y me mofo de ellas, no podéis seguirme. A los 50 metros tengo que pararme, no he puesto a funcionar el GPS y no sé qué calle tomar.
Es tardísimo y Julia ya me llamó para avisarme de que estaba llegando a Salamanca, yo la digo que no creo que tarde mucho, pero en realidad no soy consciente de que sólo he recorrido dos tercios del camino y todavía me falta un trecho. Las carreteras con prisa no se disfrutan igual. Para colmo, llego a un cruce y a carretera que tengo que tomar está en obras, me paran durante 10 minutos hasta que pasa el tráfico del carril que viene en sentido contrario. Como no tengo que hacer y soy el primero de la fila, le pregunto al obrero del cartelito de stop.
  • - Buenos días.
  • - Buenos días.
  • - ¿Sabe cuánto queda para llegar a Salamanca?
  • - Te queda más que a Zamora.
  • - Ya, pero voy a Salamanca.
  • - Pues tienes que llegar a Toro y luego a Salamanca.
  • - Vale, ¿pero eso es mucho?
  • - Un trozo.
  • - Ok, muchas gracias.
Me abre paso y yo comienzo a circular sin haber resuelto ninguna duda sobre el tiempo que debería de decirle a Julia que voy a tardar. Cruzo un pueblo, otro, otro y al final, como predijo aquel hombre del cartel, llego a Toro. Mientras lo cruzo Julia me vuelve a llamar, ha llegado hace un rato y yo la contesto con una conversación similar a la del obrero, “Estoy en Toro”.
Voy corre que te corre sin parar ni para respirar y voy cruzando mogollón de pueblecitos. Para que no me falte la presión, el depósito está casí vacío. Finalmente llego a Salamanca, y es el momento para que salte la reserva, entro sin problemas hasta la estación de autobuses y allí recojo a Julia. Lleva dos horas sentada, sin hacer nada y con un humor de perros, no es para menos. Me escudo en la realidad, no creí que tardaría tanto en cruzar desde Cangas de Onís hasta Riaño. Se monta en la moto y partimos mi enfadada novia y yo para entrar en el hotel.
Parecía fácil localizarlo, pero un sinfín de direcciones prohibidas me hacen perder 20 minutos hasta llegar a la puerta del hostal. Le tengo un poco de miedo, si en Bilbao se llamaba hotel y daba asco estar allí, ¿cómo será esto que se llama hostal? Pues infinitamente mejor. El hostal está regentado por una pareja de cubanos relativamente jóvenes y él parece aber perfectamente todo sobre Salamanca, además, hemos tenido suerte, estamos en ferias y la ciudad está llena de casetas para ir de tapas. Descargamos la moto y le pregunto al regente del hotel por el parking. Me decepciona que el parking que anunciaba el hotel es un parking público que hay debajo del hospital, pero bueno, tengo que dar descanso a mi compañera de viaje y quiero que lo haga bien resguardada. Entro y busco el hueco más cercano a la cabina del vigilante que está ahí las veinticuatro horas y así evito robos. Después de aparcar, nos instalamos y como es muy tarde, nos vamos al centro para hacer una comida/merienda. La ciudad está a reventar, al parecer han comenzado a llegar todos los estudiantes y encima con las ferias, todos los sitios visitables son gratuitos, lo que atrae aún más a los visitantes. Nosotros estamos aquí en estas fechas de casualidad, no lo habíamos planeado así. Pero ya que estamos, lo disfrutaremos pasando el día y medio que nos queda aquí tomándonos cañas y tapas a dos euros por toda la ciudad. Entre tapa y tapa, aprovechamos para visitar Salamanca. También encuentro hueco para que me asalten por unas postales, menudo precio, si lo llego a saber mando un e-mail.












Al día siguiente bajamos hasta el río y presenciamos una exhibición de vuelo acrobático que aprovecho para fotografiar y cuando acaba, seguimos visitando y tapeando. La universidad, donde un tío con un espejito joroba la ilusión que tenía yo por encontrar por mis propios medios la rana, la catedral con su astronauta, la plaza mayor (que es tremendamente parecida a la de Madrid, pero en pequeño), etc. Al final del día lo celebramos tomando cañas y tapas, y no tardamos en irnos a dormir. Mañana queda el camino que menos deseaba que llegara, el de vuelta, me hubiera gustado alargarlo muchísimo más, pero que le vamos a hacer.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 9. El día que pasé en Asturias.

Ya es medio día, con lo que en no mucho tiempo tendré que comer. Quiero comer en un bar que hay en una aldea pegada a Cangas de Onis. La aldea se llama San Juan de Parrés, es un grupo de tierras y casitas desperdigadas, en el que Casa Pedro, el bar donde voy a comer, y la parada de autobús que hay enfrente son el núcleo urbano más grande. Cuando llego hay un grupo de moteros custom, y aparco frente a la parada entre todas sus motos. Cuando entro todos me miran, ¿será que no llevo cuero?¿ por llevar una moto tan alta? No sé. Ya dentro le pregunto a una muchacha.
  • - Hola. ¿Tenéis hueco para uno?
  • - ¿Uno?
  • - Sí.
  • - Estamos hasta los topes.
  • - ¿Y cuánto habría que esperar?
  • - Hora y media, pero espera un momento.
Aparece esta vez un hombre de mediana edad.
  • - Perdona, pero no tenemos mesa.
  • - Es que vengo recomendado y no quiero pasar sin comer aquí. Vengo de parte de Fortunato.
  • - ¿Quién?
  • - Tito el que viene a pescar salmones desde Madrid.
  • - ¡Anda Tito! Tengo una mesa que viene a las tres y cuarto, son las dos y media, si comes en tres cuartos de hora puedes sentarte.
  • - No hay problema, me va a sobrar tiempo.
  • - Pues pasa.
Se prometía complicado comer allí, pero finalmente comí sin problemas. Gracias Tito. Un plato descomunal de fabada (que finalmente fuero dos), escalopines al cabrales y, por supuesto, arroz con leche. Casi rondado, pago y me voy.




Quiero subir a Covadonga, y si me escurro por el control, hasta los Lagos de Covadonga. Según voy subiendo empieza a chispear gotas de un litro. “Será una tormenta” pienso. Veo la pareja de vigilantes que hay en la rotonda que da acceso a la carretera de los lagos, y me doy cuenta de que no va a ser posible subir. Se acercan un par de motoristas y hablan algo con ellos, los vigilantes niegan con la cabeza y los motoristas se dan la vuelta. Desde luego yo soy más guapo, pero no creo que sea suficiente para pasar. Decido visitar la cueva de la Virgen y la Basílica de Covadonga. Veo como todo alrededor de la zona es una explotación de “merchandising” religioso y no me gusta, pero supongo que habrá gente a la que si le guste. No me encuentro cómodo, además sigue chispeando gotas de un litro con lo que hago un pis gratis (uff), calibro la altura de mi GPS con una marca de altura que hay en la basílica y me bajo a la moto para ir a visitar el Mirador del Fito.

Deshago camino y llego hasta Arriondas, desde donde sale la carretera que quiero tomar. Cuando salgo del pueblo, empieza a llover como si lo fuera a prohibir por siempre, pero decido llegar hasta arriba. Aún no ha llovido lo suficiente y la carretera resbala, con lo que subo tranquilo y disfrutando. Se acaba el disfrute cuando llego al mirador y todo lo que se ve es la nube en la que me encuentro metido. Hago una foto, miro a la gente que hay refugiada en los puestos de recuerdos y doy media vuelta a tomar café en Arriondas. La carretera en seco se podría disfrutar infinitamente más, pero no puedo controlar la climatología.
Llego a Arriondas y ya no llueve, estoy medio mojado y entro en un bar que parece de “Cuentamé”. La barra está acolchada, la decoración es del siglo pasado y en la televisión hay un partido de fútbol de regional. Para no variar, todo el mundo me mira extrañado, a excepción del camarero, que parece ser que no quiere enterarse de que estoy allí. Le digo “buenas tardes” varias veces y finalmente pido un café. Me lo tomo mientras escribo a Julia por el móvil y me voy, estoy algo mojado y quiero ducharme. Al ponerme la chaqueta descubro que el agua ha sacado nuevamente ese olor. El olor de las hogueras de Pingüinos, me gusta y es que tardó dos lavados y tres meses en desaparecer por completo, pero vuelve a estar conmigo.
Llego al hotel y como ya estoy seco, decido que me ducharé cuando venga de cenar. Con lo que me pongo a leer el libro de Sherlock Holmes con el que he cargado todo el viaje. En la habitación contigua a la mía están las dos parejas de señores mayores que había esta mañana en el desayuno, y parece que tienen ganas de juerga. No leo ni dos renglones y comprendo que va a ser imposible seguir. Me voy a Cangas a cenar pronto.
Llego al pueblo y está muy animado. Siguiendo la tradición de otros viajes a Asturias me tengo que comprar dos camisetas con algún dibujo gracioso. En este momento caigo en la cuenta de que me había traído camisetas muy viejas para ir tirándolas según las usara, pero eso no ha pasado. Veo dos camisetas perfectas, una con un Darbeider montado en un dos caballos y con una botella de sidra y otra con un símbolo que imita a la marca más conocida de bebidas energéticas pero al que le han sustituido los dos toros y le ha puesto dos vacas y el texto “Red Vacs”. Me compro las dos camisetas en una tienda donde la última vez había una vaca que bailaba, pero ahora está parada. Se lo comento a la muchacha que me atiende y me dice que se rompió dos semanas antes, me cachis.
A la que salgo hay una especie de reunión en la plaza del ayuntamiento y me apoyo en un coche y espero para ver que es. Al rato aparece una banda de gaiteros y me entero que es el día de Asturias lo que se está celebrando. Me gusta bastante la música de las gaitas, pero necesito ir cenando, el cansancio está haciendo mella.
Me voy al bar del día anterior y me pido una tosta de cabrales con miel. Cuando veo la tosta, pienso en ir a los juegos olímpicos con ella, es una auténtica pértiga. Doy buena cuenta de ella, me hago un poco el remolón para hacer tiempo y me voy al hotel.
Me doy una ducha importante, cargo los datos del GPS para mañana y preparo la maleta para levantarme, cargar la moto, desayunar y salir dirección a Salamanca, que me espera Julia a la una y media en la estación de autobuses.


Antes de acostarme me doy cuenta de que debo limpiar la visera del casco, está muy sucia de los kilómetros y la lluvia lo empeoró todo. Cojo una toalla limpia del baño, limpio bien el casco y lo dejo inmaculado. Cuando doy la vuelta a la toalla sólo soy capaz de pensar que me harán pagar la toalla, de un blanco perfecto pasó a un negro casi perfecto. ¿Cómo se habría almacenado tanta suciedad en un solo casco?

Al final me voy a la cama, pongo un rato la tele donde echan un documental, pero me entero de poco ya que caigo rápido. Mañana será otro día.

lunes, 10 de marzo de 2014

Viaje al Norte. Parte 8. El día que pasé en Asturias.

Me pongo el despertador no muy tarde para no desperdiciar el día y poder visitar todo lo que me proponga, aunque como no suelo dormir en exceso, me levanto antes de que suene. He pasado buena noche y voy a disfrutar el día. Me visto y bajo a desayunar.
Cuando entro en la sala del hotel donde se dan los desayunos, noto cierta presión. Soy el único que se hospeda solo en el hotel, un par de matrimonios mayores que han venido juntos y dos parejas más desayunan en ese momento. Doy los buenos días y me dispongo a desayunar, todos charlan animadamente, yo como he venido solo, leo el periódico en mi teléfono.
Tras un buen desayuno, me dispongo a prepararme la ruta del día. No tenía nada planificado, con lo que todo será una buena aventura. Miro cartografía varia y veo que puedo preparar una ruta para llegar hasta Fuente Dé, pero por supuesto, quiero abrir una nueva ruta empalmando carreteruchas y caminos rurales.  Veo una ruta que parece perfecta, la diseño, me visto y salgo a la aventura.


Deshago el camino que había traído desde Cantabria el día anterior hasta Las Arenas, donde me desvío dirección Poncebos. Este lugar me atrae, es una desfiladero rodeado de montañas muy escarpadas y carreteras sinuosas, además, es el inicio de la Ruta del Cares.  La carretera parece divertida llena de curvas, subidas, bajadas y bonitos paisajes. Me detengo prácticamente en el medio de la carretera a tomar una foto. Cuando llego hasta el inicio de la famosa ruta, continúo carretera en dirección Tielve y Sotres. A partir de aquí, la carretera se llena de pendientes, curvas y puentes excavados en la roca, me encanta el camino que he escogido.  La carretera tiene ciertos peligros, como curvas pronunciadas y mal firme,  pero todo esto se ve bastante agravado debido a que está llena de desprendimientos. Mientras voy subiendo me fijo y voy memorizando donde encuentro piedras para salvar sin problemas a la bajada. En un punto la carretera hace dos curvas imposibles y en una de ellas hay una pequeña cascada preciosa, me paro y la hago una fotografía.
 





En este momento me percato de que el GPS no es infalible. En un desfiladero tan profundo, los satélites no me controlan y mi receptor decide que voy a unos 300 m de la carretera, pero bueno, no hay mucha pérdida ya que no hay desvíos.
Continúo la carretera y llego a Tielves, lo atravieso sin pena ni gloria y descubro que el GPS ha vuelto en sí y marca bien, pero que las carreteras están trazadas por un loco. Poco más adelante, me detengo en un mirador y observo las montañas que tengo al Norte, seguro que son las que conformaban el valle por el que pasé ayer ya que ahí sigue el incendio del día anterior, tomo un par de fotografías y reemprendo. Se pone interesante. Subo por el lado exterior al precipicio una carretera donde cada curva es una sorpresa, puesto que la pared está tan cerca de la misma, que nunca ves lo que hay detrás de la curva. Aquí el GPS se convierte en mi gran aliado, y le utilizo como copiloto echándole pequeños vistazos de cómo traza la curva antes de tomarla.
Finalmente llego a una curva donde el GPS me indica que debo seguir en línea recta y adentrarme en un camino. Veo que el camino está en buen estado y que puedo circular por el sin mayores problemas si no doy demasiado gas, con lo que entro. Me cruzo con varios coches con lo que creo que mi sueño de llegar hasta Fuente Dé por aquí se hará realidad.
Aproximadamente a un kilómetro, a la altura de los Invernales del Tejo, mi sueño se desvanece, un cartel anuncia que voy a entrar en un parque natural y que sólo puedes circular por allí si eres una empresa de turismo o vecino de la zona, me quedo un poco atónito y decido dar la vuelta. Antes consulto el GPS y veo una rayito de esperanza en una vía marcada desde Tresviso.
Salgo del camino y continúo la carretera que había dejado, un cartel me indica una buena pendiente, pero creo que no se midió bien el día que se señalizó. Subir en camión por aquí tendría que ser una odisea entre las curvas y las pendientes. Entro en Sotres, que no me llama mucho la atención y sigo los carteles en dirección Tresviso, bueno, mejor dicho, el único cartel. Al salir de Sotres, enlazo un par de curvas y tras una curva a derechas se acaba el presupuesto para asfalto. Aquí hace años que se asfaltó, pero creo que alguien habrá pensado que esa es una carretera asturiana que es el único acceso a un pueblo cántabro, con lo cual, si quieren carretera que la paguen otros.
Sorteando auténticos cráteres lunares corono una loma y arriba veo a un pastor, levanto la mano para saludarle y no obtengo respuestas.  Poco más adelante, encuentro una pareja de ancianos a los que decido preguntar si me pueden orientar, ya que a estas alturas la ruta que preparé en el hotel está lejos.
  • - Buenos días.
  • - Buenos días hijo.
  • - Estoy buscando un camino para llegar a Fuente Dé desde aquí.
  • - Bajando a los invernales del Texu.
  • - Ya, pero hay un cartel que me dice que no puedo pasar.
  • - Bueno, es que pasan los todoterrenos que llevan gente turista. Pero yo creo que puedes pasar, nadie te dice nada. Alfonso para por allí para ir a su tierra.
  • - ¿Pero Alfonso es vecino?
  • - Si, pero no te van a decir nada.
  • - Creo que no voy a ir, si me pillan me multarán. Gracias de todas formas. Buen camino.
  • - Buen camino.
  • - Oye, ¿vas solo?
  • - Si, y la mar de a gusto, así no discuto con nadie (nos reímos los tres).
  • - Puedes bajar por la senda de ahí arriba, los chicos de las motos de trial bajan.
  • - Ya, pero esta moto pesa unos 220 Kg y no es para ir por sendas. Si fuera acompañado quizá, pero solo no me atrevo.
  • - ¿Por qué?
  • - Si se cae al suelo la moto no creo que pueda levantarla fácilmente yo solo.
  • - Pero si los chicos bajan.
  • - Pero creo que yo no lo voy a hacer.
  • - Pues nada, buen camino.
  • - Igualmente. Buenos días y muchas gracias.
Unos metros más adelante, la carretera que llevo tiene tal cantidad de cráteres que un par de veces veo comprometida mi estabilidad al intentar esquivarlos, con lo que decido dar la vuelta, no vaya a ser que se me vuelque la compañera y aquí tardarán en pasar para ayudarme a levantarla. Cuando llegué al hotel descubrí que me había quedado a la entrada de Tresviso, pero ya no había remedio. Bajo hasta Sotres y tomo un café. Todos me miran como a un extraterrestre, en verdad debo tener dicho aspecto con la ropa de la moto, intento escudarme en mi café y mi móvil pero la tecnología nuevamente falla. No hay cobertura. Me termino el café y como me siento un poco incómodo con tanto ojo en mi nuca, me voy rápido. Durante el camino de bajada me da un ataque de locura, pero que en ese momento creí algo bastante racional. Voy con la obsesión de fijarme en los quitamiedos, pienso en que cuando subí, estaban todos intactos, pero a la bajada si encontraba alguno roto, es que algún vehículo se había golpeado contra ellos y posiblemente se había precipitado al vacío de algún precipicio. La paranoia se acaba cuando llego a Poncebos. Durante la bajada me cruzo con varios coches en la zona en la que había encontrado los desprendimientos, me preocupo en señalizárselos para que puedan evitarlos sin problemas, y es que hay varios que están en sitios que circulando normalmente te los encuentras de golpe.


Veo un coche que, desde el aparcamiento de la Ruta del Cares, comienza a subir siguiendo una señal que indica a “Camarmeña”. Le sigo. Una consecución de curvas de hormigón y fuertes pendientes me hacen subir entre primera y segunda marcha y en pocos minutos estoy en una localidad ínfima incrustada en una de las laderas del desfiladero del río Cares.  Me creo un auténtico héroe cuando llego hasta arríba, hasta que veo un camión de Coca-cola, que me baja de mi pedestal dándome cuenta de que él lo habría pasado peor que yo subiendo, a mí no me costó apenas. Intento aparcar en varios sitios, pero como todo está en pendiente, me es imposible asentar correctamente la moto. Al final en un camino donde hay una furgoneta C-15 con una pareja que dormía dentro (este es camping del bueno) puedo aparcar, me bajo, hago dos fotos y como hay poco que ver me decido a volver. Comento con la pareja lo difícil que es dar la vuelta a la moto en este pueblo, esquivo el camión de Coca-Cola y desciendo.
Después de esta micro visita regreso por el camino que he traído directo al sitio en que tengo pensado comer.